La Revolución rusa: el final

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Lenin y Trotski en el segundo aniversario de la Revolución rusa (1919).

Una revolución –tal como utilizamos el concepto desde la Ilustración– es un cambio profundo y brusco en la organización del Estado y en la estructura social. Representa una ruptura en la continuidad en el orden político, económico, social o cultural e implica una serie de trasformaciones drásticas y radicales con independencia de su carácter violento. Mas no todo se transforma al mismo ritmo. La mentalidad, como dijo Le Goff, es lo que cambia con mayor lentitud. Y como quiera que las revoluciones las protagonizan las personas –unas que lideran y dirigen la multitud, la masa, la clase obrera, las clases populares, como prefieran, que ven en esa élite/vanguardia directora a los defensores del común de sus intereses, que no siempre son ‘revolucionarios’– tal aseveración comporta una discordancia entre unos y otros.

Esta consideración no es únicamente válida para la Revolución rusa, sino para cualquier revolución en general. Sin embargo, en Rusia, dada su estructura social y las características de su proceso revolucionario, cobra mayor relevancia y significación. Máximo Gorki, figura emblemática de la Revolución, testigo de la misma y conciencia preocupada por su evolución, lo que le condujo a sucesivos encuentros y desencuentros con los bolcheviques, escribió en el periódico Vida Nueva, que él mismo dirigía, en 1918: “No cabe duda de que hay muchas contradicciones en mis opiniones políticas, contradicciones que no puedo ni quiero conciliar porque, para que mi alma estuviera en paz, tendría que acabar con esta parte de mí que ama apasionada y dolorosamente al hombre ruso vivo, pecador, patético”.

En 1921, oficiosamente por problemas de salud, Gorki se estableció en Sorrento, desde donde mantenía correspondencia con intelectuales y políticos soviéticos. Las citas que de sus cartas hago a continuación están sacadas de la película documental Lenin, Gorki, la revolución a destiempo (2017), una producción de Arte France y Zadig Productions. Sobre la forma de llevar a cabo la revolución, se pronuncia en estos términos:

“Un lector me escribe: ‘Un soldado me dijo que había disertado porque tenía que tenía que ocuparse de sus dos hijos a los que su mujer, la muy guara, había abandonado. Cientos de miles de soldados desertan a causa de las mujeres, ¿cómo se puede solucionar este problema?’. Un grupo de campesinos me escribe: ‘Le rogamos nos diga cómo interpretar la igualdad que se ha proclamado oficialmente entre las mujeres y nosotros; a los campesinos abajo firmantes nos preocupa una ley que puede tener como resultado el aumento de la desigualdad ahora que las mujeres se encargan solas del pueblo. Han abolido la familia será la ruina para la agricultura’. Un grupo de soldados me escribe: ‘Cada vez hay más casos de soldados que, al ser engañados por sus mujeres, les infligen un castigo brutal. Por favor, utilice su influencia para que la prensa social denuncie este fenómeno y muestre que las mujeres no son las auténticas culpables’. Me preguntan qué hacer con los popes, cómo curar la sífilis, me piden que mande folletos informativos sobre los derechos de la mujer. Estas cuestiones no tienen respuesta en nuestros periódicos, enfrascados en sus controversias tóxicas. Los editores olvidan que, fuera del círculo de su influencia, existen decenas de millones de hombres que ven cómo se despierta en ellos el profundo deseo de edificar nuevas formas de vida. No responderles es despreciarlos, y esto es un terrible error”.

Gorki es consciente de esa discordancia a que me refería al principio y sus causas:

“(…) los verdaderos responsables del drama no son los leninistas ni los contrarrevolucionarios. El principal responsable, el enemigo más pernicioso y más poderoso, es la gran estupidez rusa” (…) “Cada noche, desde hace dos semanas, grupos de gente entran a robar en las bodegas, se emborrachan, se pelean a botellazo limpio; en todos los robos los hombres son abatidos como si fueran lobos rabiosos. Exterminar fríamente al prójimo se ha convertido en una práctica corriente. Todo esto marca el triunfo de la brutalidad asiática que nos corrompe por dentro. Es anarquismo zoológico, rebeldía rusa”.

Acerca de la Guerra Civil Rusa y recién firmada la Paz de Brest-Litovsk, escribe sobre marzo de 1918:

“Parte de nuestra inteligencia se ha pasado al convencimiento pernicioso de la existencia de una singularidad rusa, así como una semiadoración por el pueblo inundado en la servidumbre, el alcoholismo y las oscuras supersticiones de la Iglesia. Dicho pueblo, oprimido hasta el aturdimiento, débil, ignorante y con tendencia a la anarquía, está llamado a ser el mesías de Europa. Curiosa idea sentimental que no disgusta a los comisarios del pueblo. Quieren encender, con leña húmeda de Rusia, una hoguera para iluminar el mundo occidental”.

He aquí el quid de la cuestión: ¿cómo ese pueblo podía convertirse en el mesías de Europa? Como cuando tuvo lugar la Revolución francesa –cuyos excesos describe Dickens en su novela Historia de dos ciudades–, ‘las masas’ tampoco –como luego diría Trotski respecto a la Revolución rusa– siguieron una trayectoria recta, sino en zigzag: “se lanzaban por ese camino [el de la revolución] en lucha con su propio pasado, con sus creencias de ayer y, en parte, con las de hoy” (Historia de la Revolución rusa, vol. II, 1932). De aquí que Gorki escriba este pasaje que es una excelente descripción sobre la naturaleza y comportamiento humano en unos momentos en que la situación político-social derivada de la Guerra Civil Rusa era especialmente grave:

“La ciudad está agobiada de calor, helada de estupor, confinada en un silencio apenas interrumpido unos momentos por una serie de sonidos delirantes: una voz canta en falsete, quejumbrosa. En el arroyo plateado, en la arena dorada, busco la huella de una hermosa muchacha. Una voz ronca le interrumpe: ‘¿Qué has hecho esta mañana?’. ‘Un poco de tiro’. ‘¿Cuántos disparos?’. ‘Tres’. ‘¿Han gritado?’. ‘No, ¿por qué?’. ‘¿Dices que se han dejado disparar sin reaccionar?’. ‘Sí, son muy disciplinados a su manera, saben que se han metido en problemas y que deben pagar por ello’. ‘¿Nobles?’. ‘No, se han santiguado delante de la fosa; era gente normal’. Un momento de silencio. Y después vuelve a cantar: ‘Luna brillante, guíame’. ‘¿Tú también has disparado?’. ‘Sí, ¿por qué no?’. La voz ronca se vuelve socarrona. ‘¿Cantas, oh, mi bella muchacha? Pero tú tienes que coserte la camisa tú mismo, cretino. Espera un poco, las chicas llegarán… cuando sea el momento, todo llegará, todo”.

Nunca llegó. Ni la ansiada nueva sociedad comunista ni el hombre nuevo que debía impulsarla. En mi opinión –y retomo el argumento de que la mentalidad es lo que cambia con mayor lentitud–, no hubo tiempo para ello. La especial coyuntura de condiciones históricas en que tuvo que evolucionar Rusia posrevolucionaria son la principal razón. También, por supuesto, la toma de decisiones. Pero vayamos por partes.

Todo el poder para los sóviets / Todo el poder para el partido

En el mundo occidental, y entre tendencias dentro del partido, se estimó que la Nueva Política Económica (NEP) era una política de retirada ante la imposibilidad de poner en práctica un comunismo ideal. Mas, en realidad, se trataba de una vuelta al capitalismo dirigido de los primeros meses de la Revolución, una ‘improvisación necesaria’. Su objetivo básico era aumentar la producción y productividad agrícola y restablecer la alianza básica de la revolución entre el campesinado y el proletariado. Por eso, la requisa se sustituyó por un impuesto en especie fijo y proporcional, que solo era una parte del excedente, lo cual implicaba volver a conceder a los campesinos el derecho a comerciar con la parte del excedente que quedaba a su disposición, o lo que es lo mismo: la vuelta al mercado agrícola, a las relaciones de mercado como nexo de unión esencial entre agricultura e industria y al restablecimiento de una esfera de circulación para la moneda.

Esta misma política, como veíamos en el artículo de anteayer, se extendió a la industria. Todo esto exigía una gestión equilibrada. Las empresas ya no debían contar con el Estado para financiar sus actividades o para compensar sus compras y ventas, excepto en algunos sectores de la industria pesada, y tenían que cubrir los gastos de explotación, las tasas e impuestos, sin olvidar descontar los fondos de amortización, de proveer las reservas y preparar las futuras inversiones. Es decir, si bien la propiedad era del Estado, las empresas industriales tenían que ser dirigidas de acuerdo con métodos capitalistas para hacerse sólidas y rentables.

Las consecuencias de esta política económica fueron favorables para la agricultura (aumentó la producción y restableció el vínculo con el campesinado), pero no para la industria y los trabajadores industriales. Para solucionar el desajuste entre precios agrícolas e industriales, los trust de todas las industrias se unieron formando sindicatos comerciales que monopolizaban las ventas. De este modo se detuvo la caída de los precios y en 1923, año de abundante cosecha, los precios tendieron a distanciarse a favor de los industriales. Era la que se llamó crisis de las tijeras, que solo pudo solucionarse estableciendo controles de precios y por tanto vulnerando los principios de la NEP.

En este nuevo contexto, el trabajo dejaba de ser un servicio estatal y el pago de salarios un sistema de racionamiento gratuito y un derecho social. Los salarios volvieron a justarse entre el patrono y el sindicato y la mano de obra sobrante era despedida, habiendo en 1923 más de un millón de desempleados. El descontento de los trabajadores se veía avivado con la presencia de los ‘administradores rojos’, que pese a su origen y afiliaciones predominantemente burguesas, adquirieron un lugar reconocido y respetado en la economía soviética. Algunos de ellos fueron admitidos como miembros del partido, recibían tasas de remuneración especiales fuera de las escalas salariales normales y muy por encima de ellas.

En 1936, en su libro La revolución traicionada, Trotsky escribe a propósito de las medidas del X Congreso de 1921:

“La prohibición de los partidos de oposición causó la prohibición de las fracciones en el seno del Partido bolchevique; la prohibición de las fracciones dio lugar a la prohibición de pensar otra cosa que lo que hiciese el jefe infalible. El monolitismo policiaco del partido tuvo como consecuencia la impunidad burocrática que a su vez se tornó la causa de todas las variantes de desmoralización y de corrupción”.

No es tanto que la Revolución rusa renunciase al ideal leninista de abolición gradual de todos los mecanismos de poder del Estado como que “el Estado que aspiraban construir los bolcheviques se vio sometido a pruebas indeseables. No iba a poder ser un Estado dirigido por una cocinera, ni a transitar, cómodamente, del dominio sobre las personas a la administración de las cosas. En su inicio la Dictadura del proletariado se asociaba a lo que se entiende por ‘Tipo de Estado’ y no como forma de régimen político. No olvidemos que la teoría marxista considera que todo Estado es, en última instancia, una dictadura de unas clases sobre otras, aunque esa dictadura pueda adoptar la forma de diferentes clases de régimen (siempre es preferible la democracia parlamentaria a la dictadura fascista), aunque ambos modelos constituyan diferentes formas de ejercer una dominación de clase. Pues bien, el régimen soviético terminó asociando, sin diferenciación alguna, el tipo de Estado y la clase de régimen, alejándose de cualquier evolución democrática. (…) El aislamiento de la revolución rusa acentuó sus rasgos nacionales y estos, a su vez, favorecieron dicho aislamiento. No obstante, este recorrido no se efectúa sin contradicciones y mucho menos sin resistencias. Si hasta 1923 los pasos atrás (NEP, limitación de la democracia soviética y partidaria…) eran reconocidos como lo que fueron, a partir de ese año ya forman parte del cuadro completo y dejan de ser retrocesos inevitables para convertirse en virtudes (Bujarin: ¡Enriqueceos!, el socialismo a paso de tortuga). (José Luis Mateos Fernández: “Un siglo después (1917-2017): Un legado entre escombros”, Público 20/10/2017, artículo que forma parte de la serie “Debate sobre la Revolución de 1917”, que abre un artículo introductorio de mi querido amigo y colega, el profesor Josep Fontana, del que hablaremos mañana).

Como escribió Rosa Luxemburgo en sus Notas sobre la Revolución rusa (1918) la burocracia era el único elemento activo que quedaba una vez el control de la situación quedó en manos del partido único.

La dictadura de burocracia

La NEP duró poco: se consideró un peligro que alimentaba la contrarrevolución. Ahora bien, cabe preguntarse qué quedaba en 1923 de los principios que inspiraron la revolución. Son muchos los historiadores y politólogos que consideran que la Revolución Rusa terminó en el año 1923, cuando se elaboró una nueva Constitución que otorgaba todo el poder al Soviet Supremo, con lo que la organización política quedaba controlada por el Partido Comunista, muy jerarquizado, cuyo principal órgano era el Comité Central, dirigido por el Secretario General (en 1922 fue elegido como tal Stalin). Para otros, ya en 1921, cuando terminó la guerra civil, el sistema político ruso se había convertido en un Estado totalitario de partido único, gobernado desde arriba por el Consejo de Comisarios del Pueblo en sociedad con el Comité Central del Partido Comunista.

El proceso que condujo a tal situación comenzó el mismo 1917. En diciembre de 1917 se disolvió e ilegalizó al partido Kadete (Partido Democrático Constitucional) por ‘contrarrevolucionario’. Le siguió, ese mismo mes, la acción de la Checa, Comisión Extraordinaria Panrusa para combatir la contrarrevolución y el sabotaje, actuando contra los anarquistas la noche del 11 al 12 de abril, cuando muchos centros anarquistas fueron cerrados por agentes de la Checa, obligándoles a entregar las armas que poseían y deteniendo a 600 personas. En 1922, dos acontecimientos marcaron la última etapa en la consolidación de un régimen de dictadura de partido único: la abolición y transformación de la Checa y el proceso público contra los dirigentes eseritas, como se denominaba a los militantes del PSR (Partido Social-Revolucionario), el principal rival de los bolcheviques que contaba con el apoyo de muchos campesinos por proponer la “socialización de las tierras”. La Checa se disolvió, pero se creó el OGPU, o Directorio Político Unificado del Estado, con poderes aún más amplios.

¿Era posible otro camino?

  1. El acoso militar externo e interno hacia la Rusia posrevolucionaria exigió un gran esfuerzo defensivo que requería numerosos recursos materiales y humanos, los cuales, en consecuencia, no podían dedicarse a la producción de bienes que satisficieran las necesidades más perentorias de las grandes masas.
  2. Rusia, como veíamos, era un país eminentemente agrario. La Revolución necesitaba al campesinado, pero al mismo tiempo los sectores urbanos pro-occidentales lo veía como una clase atrasada en la que no se podía confiar del todo.
  3. Una profunda desorganización social resultó de los fenómenos anteriores. La política económica descrita llevó a la escasez y el hambre (hambruna de 1921-1922), lo que tuvo perversos efectos políticos. Poco a poco fue consolidándose un apparátchik (un aparato administrativo gubernamental) –no olvidemos que son las personas quienes hacen las revoluciones– integrado al principio por militantes comunistas que creían fervientemente en la Revolución, pero pronto repleto de arribistas carentes de principios y escrúpulos cuya única motivación era ocupar los cargos administrativos y políticos. Pertenecer al partido significaba disponer de mayores raciones alimentarias y otras ventajas sociales.

Por todo ello, muchos historiadores afirman que cuando Stalin accedió al poder, las bases de la dictadura de partido único estaban ya establecidas. Fuese o no así, lo cierto es que fue como terminó: “Stalin, que presidió la edad de hierro de la URSS, fue un autócrata de una ferocidad, una crueldad y una falta de escrúpulos excepcionales o, a decir de algunos, únicas. Pocos hombres han manipulado el terror en tal escala. No cabe duda de que bajo el liderazgo de alguna otra figura del Partido Bolchevique, los sufrimientos de los pueblos de la URSS habrían sido menores, al igual que la cantidad de víctimas. No obstante, cualquier política e modernización acelerada de la URSS, en circunstancias de la época, habría resultado forzosamente despiadada, porque había que imponerla contra la mayoría de la población, a la que se condenaba a grandes sacrificios, impuestos en gran medida por la coacción. La ‘economía de dirección centralizada’, responsable mediante los ‘planes’ de llevar a cabo esta ofensiva industrializadora, estaba más cerca de una operación militar que de una empresa económica.” (Hobsbawm: Historia del siglo XX).

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