En el Café de Levante

El Café de Levante, en la Barceloneta, no era, precisamente, uno de los lugares recomendables de la ciudad. Por supuesto, dicha aseveración podía aplicarse a la gente de bien. El resto encontraba allí, y en otros cafetines semejantes, un lugar donde olvidar por un rato las cotidianas desdichas. Entre sus parroquianos había traficantes de todo tipo de productos, rufianes que dejaban desplumado en un santiamén al más precavido, sobre todo si se prestaba a jugar a los dados, mujeres descarriadas y de costumbres relajadas, marineros de los buques anclados en el vecino puerto. Lo mejor de cada casa se reunía, o compartía espacio, en aquellos cafetines, luego cafés-cantante, que poco tenían que ver con los lujosos cafés del centro y del ensanche de Barcelona. Su fachada era poco llamativa ─un simple cartel anunciaba su existencia─ y su interior sobrio y no demasiado espacioso, aunque generalmente abarrotado, sin apenas decoración: solo un mostrador, mesas y sillas, todo de madera de pino; como mucho una sala de billar, cuyo tapete verde se aprovechaba para que sobre él rodaran los cúbicos dados en vez de las esféricas bolas. Tampoco la iluminación ─de quinqués de aceite─ podía competir ─por otra parte, ni mucho menos lo pretendía, había poco que mostrar─ con la de gas de los establecimientos de clientela más selecta. Nada de bebidas exóticas o de moda; vino y aguardiente, sobre todo aguardiente, se consumían en grandes cantidades. Una cosa, no obstante, tenían en común: la satisfacción de la sensualidad, al menos a juicio de Samuel: ¿Ves? Aquí solo vale la complacencia de los sentidos, la gente viene a beber o a fornicar y consigue ambas cosas sin reparar en su coste.

A su lado, en una mesa, unos marineros que hablaban en un idioma que Samuel desconocía ─alemán, le dijo Yákov que era─, ebrios, hacían corro alrededor de una mujer de unos treinta y pocos años, demacrada, desgreñada, vestida solo con camisola y enaguas, que cantaba coplas de lo más obscenas. Los alemanes no entendían nada de las letras, pero sí el procaz lenguaje corporal de su intérprete. Risoteaban y gritaban, estruendosos. Aplaudían cualquier gesto obsceno y animaban a la mujer a desprenderse de la camisola, toqueteándola por todas partes. A la llamada de la generalizada jarana, viendo que corría el alcohol y que los marineros no refrenaban para nada sus impulsos, como evidenciaba el constante entrar y salir de las manos en los bolsillos en busca de cuartos, otras muchachas ─alguna muy joven, puede que ni llegase a los quince años─ se sumaron a la juerga y al vaciado de sus bolsas. Dos de ellos, que todavía mantenían la conciencia suficiente para contar los cuartos, besaban a las chicas alocadamente mientras sus manos se perdían bajo faldas, camisolas y refajos. Mira, mira, qué tetitas más lindas, decía uno ─así al menos lo tradujo Yákov─ mientras le subía la camisa a una jovencita y dejaba sus lozanos y turgentes pechos al aire entre las risas de los presentes y de la propia protagonista, que se tapó inmediatamente. Todos bebían sin mesura. La mujer que cantaba pronto dejó de hacerlo, mientras uno le sujetaba la cabeza otro vertía en su boca un vaso de aguardiente. Ella no oponía resistencia, su capacidad de aguante se había esfumado hacía tiempo. Otra canción, otro vaso, o más de uno, hasta caer al suelo absolutamente borracha. Entonces se la llevaron un par de marineros, los alrededores del Café de Levante disponían de numerosos recovecos.

Manuel Cerdà: El corto tiempo de las cerezas (2015, nueva edición 2019).

LA COMPLAINTE DE LA BUTTE

Para ascender desde la colina de Montmartre a la basílica del Sacré Coeur hay que subir nada menos que 197 escalones. Un verdadero suplicio para los miserables, para aquellos que solo conocen la pobreza y la necesidad. Sin embargo, para los enamorados puede ser un acogedor cobijo. En lo alto, las aspas de los molinos (el Moulin Rouge, el Moulin de la Galette…) los protegen de toda intromisión. Allí en lo alto fue donde transcurrió esta historia de amor entre un poeta y una desconocida que nos cuenta la canción.

Bella y conmovedora canción, nostálgica, melancólica, amorosa, triste, pasional, emotiva, poética…, y magnífica versión que ofreció Zaz acompañada de la excelente SWR big band (atención al solo de trombón de Marc Godfroid) durante su actuación en la edición de 2015 del festival Jazzopen Stuttgart. Buen vídeo, pues, el que figura sobre estas líneas. La canción, como habrán podido leer en su título, es La complainte de la Butte (La canción triste de la Butte). La música es de George Van Prys (1902-1971), compositor cinematográfico (más de trescientas partituras de filmes, entre ellas reconocidos clásicos del cine francés), de operetas (uno de los grandes últimos compositores del género) y de música ligera. Compuso la melodía de La complainte de la Butte para la película French Cancan (1955). Su director, el magnífico Jean Renoir (1894-1979), hijo del conocido pintor Pierre-Auguste Renoir, escribió la letra. Ambos consiguieron –a mi entender al menos– algo verdaderamente difícil: La complainte de la Butte respira todo el sabor de la chanson la Belle Époque y en nada desentona de temas otros clásicos del momento de su banda sonora.

La Butte es el punto más alto de París, la colina sobre la que se asienta Montmartre, el Montmartre de aquellos tiempos con sus cafés, cabarets, talleres de pintores postimpresionistas, su carácter campestre y bucólico… Butte significa colina, y por eso, en prácticamente todas las versiones de la canción se traduce como colina. Yo he preferido dejar La Butte.

Begin the Beguine: ¿Volver a empezar?

Pues no. Ni por arrimo. Traducir ‘Begin the Beguine’ como ‘Volver a empezar’ es un disparate como la copa de un pino. Tanto que ni siquiera el traductor automático de Google interpreta así la frase. Sin embargo, esta se acepta hasta en periódicos supuestamente tan ‘serios’ como El País: “Begin the Beguine (Volver a empezar), película que toma el título de una melodía de Cole Porter” (14 de marzo de 1982), “La música de Cole Porter (la canción Beguin the Beguine, que da título a la película…)” (7 de junio de 2003). Y esto clama al cielo. Que el común de los mortales caigamos o no en tal error tampoco tiene disculpa pero se puede comprender, que El País (y tantos otros medios) lo haga en absoluto. Es, como poco, un desprecio a Porter y al sentido común.

Begin the Beguine es una popularísima canción de Cole Porter que poca gente habrá que no conozca, al menos en el mundo occidental. La compuso en 1935 durante un crucero que hizo por Indonesia y las islas Fiyi y en octubre de ese mismo año se estrenó en Broadway como un número del musical del propio Porter Jubilee. En 1940 alcanzó una inmensa notoriedad al ser incluida en la banda sonora de la película Broadway Melody of 1940, con Fred Astaire y Eleanor Powell en los papeles principales. 

El título de la canción hace referencia al beguine, un popular ritmo y baile de la época, semejante a una rumba lenta, que es originario de las islas Guadalupe y Martinica, de donde se había exportado a París y donde posiblemente lo conoció Porter. Nada, pues, de “Volver a empezar”. En 1981 Julio Iglesias grabó la canción en español con el título Begin the Beguine (Volver a empezar). En ella se traduce “When they Begin the Beguine” como “volver a empezar”, cuando en realidad –como se deduce de lo expuesto– significa “cuando comenzó el Beguine”, es decir, cuando la orquesta comenzó a tocar el Beguine.

No sé si fue quien tradujo la letra al español el responsable de tamaño desatino. Más bien me inclino por creer que –como sucede con otras muchas canciones, o películas, por ejemplo– simplemente versionó la letra y cambió el título. Me inclino, que uno cada vez confía menos en las aptitudes del ser humano.

Ya puestos a que las cosas no sean lo que parece, las imágenes del vídeo corresponden a una secuencia de la película You Were Never Lovelier (1942, Bailando nace el amor), con Fred Astaire y Rita Hayworth, y se reproducen a menor velocidad de f.p.s. para que se ajusten mejor al ritmo de la melodía, y no a Broadway Melody of 1940.

En cuanto a la versión de la canción me he decantado por la que grabó Frank Sinatra en 1946 y se incluye el álbum The Columbia Years 1943-1952: The Complete Recordings (1993).

Por cierto, ayer publiqué otro vídeo con otra canción de Porter. No era la primera. Tampoco esta será la última.