Miguel de Molina: “Marica no, maricón”

Miguel de Molina. Buenos Aires, 1943. Fotografía de Anne Marie Henrich.

Corría el año 1939. Hacía unos meses que aquellos militares que en 1936 se habían levantado contra la República habían conseguido el poder tras una cruenta guerra civil. Habían vencido –que no ganado– pero conservaban íntegras sus ansias de venganza, su odio y su fanatismo. La represión, plagada de arbitrarias y largas condenas y de asesinatos, no había hecho más que empezar.

El 10 de noviembre de dicho año, el cantante Miguel de Molina, tras finalizar su función de tarde, se disponía a abandonar el Teatro Pavón de Madrid cuando tres hombres le esperaban. No se identificaron. Sin contemplaciones, lo metieron en un automóvil y se dirigieron a los altos de la Castellana. Una vez allí, lo sacaron del coche y le dieron una brutal paliza, le golpearon con la culata de una pistola –uno de los golpes le rompió dos dientes–, le raparon la cabeza a tirones y le metieron en la boca un frasco con aceite de ricino mezclado con vaselina, que hubo de apurar. Eso le pasaba, le gritaron, “por maricón y por rojo”. Luego se marcharon, dejándolo allí tirado, posiblemente creyendo que estaba muerto. Como pudo, consiguió llegar hasta la carretera y parar un taxi, que le devolvió al teatro. El empresario, un tal Prieto, falangista camisa vieja, pretendía que hiciese la función de noche: con un pañuelo en la cabeza, decía, no se notaría el estropicio…. En la Guerra Civil, finalizada siete meses atrás, Molina y Amalia Isaura, su pareja artística, habían actuado para las tropas de la República en el frente de Teruel, en la retaguardia y en los hospitales. Ahora empezaban a pagarlo.

Varios días después tuvo que actuar en el Teatro Cómico, donde el Frente de Juventudes (falangistas) le abucheaba. “Marica, marica”, le gritaban. Miguel de Molina hizo callar a la orquesta, se acercó a las candilejas y respondió: “Marica no, maricón”.

Miguel de Molina terminó marchándose de España en 1942 con la compañía de Lola Membrives. En Buenos Aires montó un negocio de antigüedades y se dedicó de nuevo al espectáculo, aunque al principio no lo tuvo nada fácil. Hizo varias películas con Carmen Amaya y en 1952 protagonizó la película de carácter autobiográfico Esta es mi vida, gracias a la cual podemos verlo interpretando algunos de sus más famosas canciones.

Cuando Miguel se fue de España ya era una estrella de la canción española. Sus creaciones de La bien pagá y Ojos verdes, entre otras, le había encumbrado a lo más alto de la copla.

Miguel de Molina había nacido en Málaga en 1908 en el seno de una familia humilde. Empezó abajo del todo. Su madre, que se ganaba la vida fregando, hubo de educarle en una casa de misericordia y ni siquiera terminó los estudios primarios, pues se escapó del colegio para lanzarse a la aventura del espectáculo. A los 14 años, cambió Málaga por Algeciras, donde se hospedó y trabajó en el burdel de Pepa La Limpia. Al tiempo, cantaba y bailaba en tablaos y compañías de poca monta. Al principio alternaba, como otras grandes estrellas de la época, su arte de cantante con el de bailaor. En abril de 1934 encarnó al Espectro en una memorable versión de El amor brujo, de Falla, en el teatro Español de Madrid, con la Argentina, la Imperio y Vicente Escudero. El éxito ya no el abandonó.

Molina fue el primer hombre en cantar el repertorio de las cupletistas sin imitarlas, es decir, sin vestirse como ellas ni afeminar la voz ni el gesto. Se bastaba y se sobraba, no necesitaba imitar a nadie ni nada. Y se fue ganando el respeto hasta de los hombres más machos (no de todos, claro). Era único, una de las grandes figuras del espectáculo que no admitía comparaciones.

Tras la victoria facciosa, era consciente de que su carrera entraba en declive. Regresó a Barcelona, donde le montaron un espectáculo con música del maestro Padilla. Parecía que volvía a encontrar su sitio, pero tuvo que volver a Madrid. Los empresarios ya le habían advertido de que corría un grave riesgo si trataba de proseguir su carrera por su cuenta. Y así fue. Al poco, llegó el incidente que relatábamos al principio de la entrada.

Así pues, en 1942 dejó España. Se dirigió a Lisboa y embarcó hacia Buenos Aires. Allí triunfó, pero al poco llegó de nuevo la persecución a través de la embajada española y tuvo que salir de Argentina, no sin antes empeñar todo cuanto poseía. En 1943 se trasladó a México y se repitió la historia, creándose un frente encabezado por Cantinflas y Jorge Negrete para desprestigiarle. Volvió a Argentina tras una llamada de Eva Perón. Desde entonces, le llovieron los contratos y pasó a ser primera figura en toda Latinoamérica.

Pudo regresar en un par de ocasiones a España, aún bajo la dictadura franquista, seguramente protegido por Juan Domingo y Eva Perón. Una de ellas para ver a su madre, y otra en 1958, para trabajar en El Duende, el tablao de Pastora Imperio. En 1960, a los 52 años, decidió retirarse.

En 1989 se rodó una película titulada Las cosas del querer –que dirigió Jaime Chávarri y protagonizaron Ángela Molina y Manuel Bandera– que recuerda mucho su vida. En sus memorias, Botín de guerra, Miguel de Molina comentó al respecto: «Una de las últimas barrabasadas que debí sufrir fue que se hiciera en España una película titulada Las cosas del querer y que para publicitarla se lanzara indirectamente la idea de que era mi vida, sin pagarme un céntimo. Cuando intenté algún reclamo y el productor Luis Sanz aseguró que ‘se trataba de una obra de ficción y que cualquier parecido era pura casualidad’; no supe si reír o llorar de rabia”.

Miguel de Molina murió a los 86 años en Buenos Aires, donde está enterrado en el porteño cementerio de la Chacarita.

Que pasen un buen domingo.

No decirle mariquita

Si consideran este vídeo merecedor de su reconocimiento les agradeceré que pongan un ‘me gusta’ en YouTube. Muchas gracias.

«No decirle mariquita, que tiene nombre también”. Así comienza esta sevillana compuesta por José Valladares que interpreta él mismo. Estoy convencido de que lo hizo con toda su buena voluntad, pero le salió un dislate de proporciones considerables. ¿Qué culpa tiene el pobre homosexual si “Dios quiso hacerle hombre cuando venía para mujer»?, se pregunta. No tiene culpa de que «su madre le pariera mariquita». Él es «bueno y decente», y «devoto y creyente». Total, que quería hacer una canción en defensa de la homosexualidad y compuso una sevillana delo más homófoba.

No me gustan las sevillanas. Y, por supuesto, esta no es una excepción. Sin embargo, cuando casualmente la escuché, la asocié enseguida a toda esta gente que va de abanderado de la vida con su bandera de España, esa que quieren que jamás deje de ser “una, grande y libre”. «No decirle mariquita, que tiene nombre también”, canta Valladares. Para estos se me ocurren muchos nombres sin tener que llamarlos mariquita: maricón (con acento en la n que decía mi admirado Pepe Rubianes, pues les jode más), chupapollas, facha, cahoperros… Todos aquellos improperios que puedan molestar a quienes salen en el vídeo como los que simpatizan con ellos.

Que pasen un buen día. Los fachas no.

Libérate

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“Libérate, no vivas más oprimido, / busca tu felicidad, /que aunque muchos te critiquen/ el que lo prueba repite. / Yo no sé porque será”, cantaba a mediados de la década de 1970 Rafael Conde ‘El Titi’ (1935-2002) en la canción Libérate (1976). Compuesta por Vicente Raga, en ella –como en El gitano colorines– reivindicaba las libertades homosexuales, llegando a convertirse en uno de los himnos gay.

Y he pensado yo que qué mejor que estas imágenes de los bravos y varoniles legionarios españoles desfilando a su ritmo para ilustrarlas. Como verán, les va como anillo al dedo. Yo no sé porque será.