Taller d’història: 30 años

«Revista que editó el Centre d’Estudis d’Història Local (Diputación de Valencia) entre 1993 y 1995. De periodicidad semestral, tenía una tirada de mil ejemplares. Se llegaron a publicar un total de seis números, ya que desapareció, con el Centre, poco después de las elecciones municipales de 1995 con el nuevo gobierno del Partido Popular.

Dirigida por Manuel Cerdà, contó con un amplio consejo asesor integrado por destacados historiadores españoles y extranjeros. Taller d’història pretendía, tal como reflejaba la editorial del primer número, “poner al alcance de todo el mundo, del profesional de la historia y de todos los interesados en la misma, algunas contribuciones de la práctica historiográfica más reciente que pueden enriquecer el bagaje teórico y metodológico del investigador y, a un nivel más general, ayudar a comprender y reflexionar sobre el papel de la historia en el mundo actual”. Estructurada en diversas secciones, las de ‘Microanàlisi’ y ‘Orientacions i recerques’ prestaron una atención específica a la historia local. Se publicaron artículos sobre la microhistoria (Giovanni Levi, Joaquim Carvalho), las fuentes de la historia local (Antoni Furió) y los archivos (Josepa Cortés), el mundo de los oficios (Tim Putman, June Freeman), los orígenes del territorio local, la historia oral y el medio local (Robert Parks, Giovanni Contini) y las actas del Tercer Col·loqui Internacional d’Història Local, que organizó el Centre en 1993.

Dos secciones, ‘Història alternativa’ y ‘Controvèrsies’ –esta, a diferencia del resto, no fija–, querían difundir diferentes formas de aproximación a la experiencia histórica de otras partes del mundo (Europa y Estados Unidos básicamente). En ‘Història alternativa’ predominaron los temas referidos al uso de la historia oral y la arqueología en la recuperación de la memoria colectiva, y la construcción de una historia contemporánea a partir de todos los registros y no únicamente del escrito. También se denunció la marginación de los colectivos más indefensos en el Primer Mundo o la historia popular y su práctica social. En este sentido cabe destacar, entre otros: “La rebelión de los cheyenes del Norte (1879): el uso de la historia oral y la arqueología como instrumentos de resistencia” (Douglas y otros, núm. 1), “Discurs de la pèrdua” (Günter Grass, núm. 2), “(Re)leer a Marx” (Alain Guerreau, núm. 5) y “Arxivadates, usurpadors de la memòria i buròcrates prestigitadors (Miquel Izard, núm. 3), el dedicado a las experiencias británica y alemana sobre los talleres de historia (R. Samuel, Sh. Rowbotham, M. Wilde, núm. 4), y otros artículos sobre Thompson (Hobsbawm, núm. 4) y la renta feudal y el trabajo campesino (Miquel Barceló, núm. 6). En la sección ‘Controvèrsies’ se plasmaron los debates de Stone, Joyce y otros (“Historia y posmodernismo”), de Wallerstein y Skotnes (“¿Más allá de Annales?”) y de Strauss y Beik (“El dilema de la historia popular”).

El carácter de la revista determinó en buena parte que predominara la traducción de artículos ya aparecidos en otras publicaciones, sobre todo en revistas como History WorkshopPast and PresentOral History y Radical History Review, entre otras, si bien, poco a poco, esta tendencia fue disminuyendo en beneficio de artículos encargados por la propia revista, como los ya citados de Alain Guerreau, Miquel Barceló o Miquel Izard.”.

Ana Sebastià Alberola, entrada “Taller d’història”, Diccionari d’historiogrqfia catalana, 2003.

Buen resumen de la trayectoria de Taller d’història al que poco añadiré. Me gustaría, no obstante, resaltar las características materiales de la misma. Taller d’història era una revista de ajustado presupuesto que, además, estaba financiada con dinero público. Había, en consecuencia, que ofrecer el máximo contenido posible en cuanto menos espacio mejor. Nada de ostentaciones, primaba la sobriedad. Un ejemplo de ello es el citado texto de Günter Grass “Discurs de la pèrdua”, que se publicó en el número 2 (2º semestre 1993). Se trata de un discurso que el escritor polaco-alemán pronunció el 18 de noviembre de 1992 en teatro muniqués Münchner Kammerspiele sobre los peligros del racismo, el cual fue publicado en alemán (Rede vom Verlust. Über den Niedergang der politischen Kultur im geeinten Deutschland) ese mismo año por la editorial Steidl (Göttingen), a la que compramos los derechos para la edición en catalán. Con fotografías incluidas (cuatro) ocupaba las páginas 45 a 54, es decir, diez. En 1999 lo publicó en castellano Paidós Ibérica, con una extensión de 94 páginas.

También quisiera destacar que la revista no pasó desapercibida fuera del ámbito de aquellos dedicados a la investigación o del de la crítica especializada. Algunos artículos llevaron a otros a escribir interesantes reflexiones tras su lectura. Recuerdo ahora un artículo que escribió Vicente Vergara no sé si en la Cartelera Turia o en el periódico Levante-EMV (cito de memoria) sobre el mencionado de la rebelión de los cheyenes del Norte. Pero si tengo que resaltar alguno –no precisamente fruto de la reflexión– es el que figura bajo estas líneas y firma Paco Moreno, en el que critica un artículo aparecido en el número tres de la revista (primer semestre de 1994): “Fuera del sueño. Pobreza y marginación infantil en el primer mundo”. Publicado en el diario de la ciudad de Valencia Las Provincias –que por entonces dirigía María Consuelo Reyna y defendía los valores más rancios y conservadores– su título lo dice todo: “Una revista de la Diputación muestra cómo se droga un niño y un hombre apalea a su mujer”. Entre otras perlas, decía: “La Constitución española tiene entre sus artículos uno que explica la protección que se debe promover a la infancia y a la juventud. Es paradójico que se busque el control de las emisiones televisivas, que reduzcan sus contenidos violentos, que se limite la venta de alcohol y de entrada en algunos establecimientos, para, al mismo tiempo, financiar con dinero público la reproducción de una imagen que incluso hiere la sensibilidad de los adultos”. Una joya, como ven, que parece redactada ayer mismo y que ahora, como entonces, me tomo más como un halago que otra cosa.

Que pasen un buen día.

¿Qué es la historia? (O qué entiendo yo por historia)

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¿De qué hablamos cuando hablamos de historia?

Cuando hablamos de historia podemos referirnos a dos cosas: a la narración ordenada y verídica sobre el conjunto de hechos que consideramos memorables del pasado humano, por un lado, o a la ciencia que se ocupa del estudio de estos como conjunto de las actuaciones de los hombres en el pasado y de la narración de estas actuaciones.

La historia (ciencia) no deja de ser una invención nuestra –de la época contemporánea–, pues el conocimiento de ‘todo’ lo que ha sucedido con anterioridad a nosotros es imposible. En consecuencia, cada sociedad hace la historia de acuerdo con los temas que interesan en su momento, los cuales, por otra parte, son distintos según el posicionamiento de cada uno frente al mundo en que vive.

¿Quién hace la historia?

Todos. La historia (conjunto de hechos) la hacemos entre todos con nuestro proceder cotidiano: renunciando explícitamente a buscar un lugar en el mundo y aceptando sin reservas el que se nos adjudica nada más nacer o bien oponiéndonos a él porque creemos que podemos construir uno mejor.

“Discutiendo la Divina Comedia con Dante” (2006), óleo de Dai Dudu, Li Tiezi y Zhang An.

“Discutiendo la Divina Comedia con Dante” (2006), óleo de Dai Dudu, Li Tiezi y Zhang An.

Así pues, el pasado no es únicamente el de los ‘grandes hombres’ y las grandes gestas, es el pasado de los seres humanos colectivamente, en tanto que organizados en sociedades. Y ese pasado no puede aislarse en el tiempo. Sus consecuencias, sus logros, sus reveses, se prolongan hasta el presente. Toda historia, como dijo Geoffrey Barraclough, es contemporánea.

¿Cuál es papel del historiador?

Investigar y divulgar el resultado de sus investigaciones. La divulgación de los resultados es la que justifica en última instancia el sentido de la historia en tanto que ciencia. La investigación con fines exclusivamente curriculares, la que –a pesar de que se publique– no traspasa los estrechos límites de las instancias universitarias –a veces ni siquiera llega a las aulas– sirve de bien poco, por no decir de nada. Toda ciencia tiene su función social, y la de la historia es dotar a las personas de herramientas cognitivas que permitan explicar (explicarse) desde el pasado la comprensión del presente. La historia es investigación, pero carece de utilidad si no llega a su destinatario: el ser humano.

¿Puede el historiador ser objetivo?

Si por objetivo entendemos la independencia de la propia manera de pensar o de sentir, ni por asomo. El historiador es también un producto de la historia y su obra tiene mucho que ver con la actitud desde la que la aborde, con su manera de pensar o de sentir.

Todos vivimos en sociedad y, queramos o no, estamos influidos –en mayor o menor medida, pero influidos– por las actitudes y respuestas ante las situaciones del mundo presente. El historiador también. La historia, pues, nunca podrá ser objetiva. Ni tiene por qué serlo. Pero esta aseveración no debe conducirnos al error de creer que la interpretación que se haga del pasado sea arbitraria. El historiador sigue un método, y en la correcta aplicación de este es donde radica su objetividad.

¿Para qué sirve la historia?

«El historiador ha de ser traductor, ha de trasladar a nuestro lenguaje los valores de otras civilizaciones. Es siempre consciente de los valores individuales que traslada y está convencido que, a pesar de todo, tal traducción es posible. El historiador la ofrece a la sociedad consciente de su propia originalidad, haciéndola comprensible a los otros. Comprender a los otros, he aquí la tarea del historiador. Hay pocas más difíciles. Pero difícilmente se encontrará una más bella», dijo Witold Kula en 1976.

Es esta capacidad de análisis e interpretación lo que define a la historia como ciencia. Y esta ‘traducción’ que la hace comprensible lo que le da razón de ser. La memoria es, posiblemente, la herramienta más importante con que contamos. Sin memoria no habría evolución ni progreso. La historia es, por tanto, un instrumento que se sirve del pasado para comprender mejor nuestro mundo de hoy. ¿Para qué? En mi opinión, para mejorarlo. La historia es una herramienta –útil como pocas– para la transformación social.