Pité, silbé, y que a gusto me quedé

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Amor celebra el primer gol marcado por el Barça al Real Madrid en la final de la Copa del Rey de 1990.

En 1990, el 5 de abril. Por eso lo cuento ahora. En caso de haber cometido una infracción o de haber incurrido en el delito de injurias a la Corona y de ultrajes a España, una cosa y otra ya habrían prescrito. Aunque nunca se sabe. Igual hay que mostrar aún ahora muestras de arrepentimiento y no se puede decir que me quedé a gusto. Hablo –que no lo había dicho todavía– de pitar al Rey y al himno de España, la Marcha Real. Fue, como decía, el 5 de abril de 1990 aquí, en Valencia, con motivo de la final de la Copa del Rey entre el F.C. Barcelona y el Real Madrid. Fui, para más inri, con mi hijo, a quien le faltaban dos días para cumplir 9 años (pueden ver las entradas, que conservaba y acabo de escanear para incluirlas aquí). Nos sentamos con los seguidores del Barça, pues más que ir a ver un partido de fútbol yo iba a ver al Barça. Hace mucho tiempo que digo –desde que, en parecidos términos, se lo escuché a Ernest Lluch, de quien tuve el honor de ser amigo– que a mí el fútbol, sí, me gusta, está bien, pero lo que se dice gustar, gustar, solo me gusta el Barça. Por eso, ya me cuidé cuando compré las entradas en la reventa, pues era la única manera de conseguirlas, de que estas correspondieran a la parte del campo reservada para la afición blaugrana. Por cierto, pagué casi el triple de su precio en taquilla. ¡Uy! ¿Otra infracción?

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Bueno, a lo que íbamos. Entró el Rey, sonaron las primeras notas del himno y pitada al canto. A mí, la verdad, aquello me divertía y digamos que me sumé a la fiesta. Luego empezó el partido y ya está. A otra cosa, mariposa, que no es para tanto, leche.

Todo esto no tendría por qué pasar, pero pasa y seguirá pasando. ¿Por qué llamar Copa del Rey a lo que antes se denominaba Copa del Generalísimo? ¿No se dan cuenta los responsables de tal circunstancia de que en el fondo establecen un vínculo entre franquismo y monarquía? Y como en tiempos del dictador aquel de los cojones, o del cojón –pues será casualidad, pero tanto Franco como Hitler y Napoleón tenían un solo testículo–, a ver quién era el guapo que se atrevía ya no a silbar sino a quedarse sentado siquiera cuando sonaba el himno, con tanta prohibición solo consiguen hacer aún más evidente tal conexión. Es que lo ponen a huevo. Llámenla Copa de España, por ejemplo. Aunque bien pensado, tampoco sé si es muy buen idea. O simplemente La Copa, como coloquialmente nos referimos a ella. ¿Verás hoy la final de La Copa?, solemos decir, y todos saben de qué copa se trata. U otro. Yo que sé. Pero dejen de hacer política, mala política por si fuera poco, con eventos de todo tipo, sean de índole social, académica, artística o deportiva.

Por otra parte, ¿por qué ha de sonar el himno cada vez que tiene lugar un evento de cualquier clase, incluidas conmemoraciones religiosas o fiestas populares? ¿Y qué puñetas pintan los políticos en ellos? La Nit de la Cremà es el acto que clausura las Fallas con la quema de los monumentos, siendo el último en arder, a la una de la madrugada del 20 de marzo, el monumento fallero de la plaza del Ayuntamiento, que está fuera de concurso, ya que es la falla oficial del Ayuntamiento. Pues bien, la cremà de la Falla Municipal se cierra con el himno de la Comunitat Valenciana, o himno de la Exposición, pues fue compuesto por el maestro José Serrano para Exposición Regional Valenciana de 1909, aquel que puso letra Maximiliano Thous y que empieza con el verso “Per a ofrenar noves glòries a Espanya…”. Y, acto seguido, suenan los primeros minutos del de España, también entre abucheos otras veces, no este año. ¿Por qué será? Dejen a los falleros organizar su fiesta como quieran o sepan. Un poco de sensatez, por favor. Aunque mucho me temo que esto es pedir peras al olmo.

También en mi pueblo sucede algo parecido. La patrona de Muro es la Mare de Déu dels Desamparats y, en honor a ella, se celebran las fiestas de Moros y Cristianos la segunda semana de mayo. La Virgen es traslada en procesión de la ermita donde permanece todo el año a la iglesia parroquial. Allí permanece una semana, trascurrida la cual otra procesión retorna la imagen a su ermita (el acto es conocido como La Pujà). Pues bien, acabo de visionar un vídeo sobre La Pujà de 2017 –la de este año, obviamente, aún no ha tenido lugar– y ¿cómo termina el acto? Con el himno nacional, la Marcha Real, y con las autoridades presentes. Y eso que los mureros y mureras tenemos un himno dedicado a la Mare de Déu que le da mil patadas al de España. Porque, la verdad, el de España es feo, pero feo, feo, feo a rabiar, mientras que el himno que compuso mi paisano Francisco Esteve (1915-1989) es ciertamente bonito, su melodía es de lo más emotiva. Que cierren las fiestas con él y no que, al igual que en las Fallas, tras sonar este, ¡hala! pedacito de himno de España.

En fin, qué quieren que les diga. ¿Que todo es un sinsentido?, ¿que no se puede, mejor no se debe, mezclar churras con merinas? Para el caso que me van a hacer… Total, que dentro de un rato comienza el partido, que lo veré por televisión, y que espero, deseo, ansío, que gane el Barça. Sevilla me cae muy bien, y los sevillanos, pero el Betis también es de la capital andaluza y me cae mejor. Que es un espectáculo, nada más que eso.

Catalunya: más allá del nacionalismo

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Mi opinión sobre el nacionalismo la dejé bien clara en mi artículo España me la suda y no ha cambiado un ápice. Allí decía que “parafraseando a Camus, amo demasiado la gente para ser nacionalista. Y me suda la polla quien anteponga la nación a sus habitantes, se autoproclamen –o así se les considere– progresistas o conservadores, socialdemócratas o neoliberales, de izquierdas o de derechas. Simples convencionalismos, pero necesarios para reforzar el sistema y ejecutar y cumplir, todos, las órdenes de otros, los que realmente detentan el poder, a los que posiblemente este tipo de asuntos también se la sudan”.

Ayer se proclamó la República catalana por parte de Parlamento catalán, abriéndose así el proceso constituyente. Inmediatamente, el Senado español aprobó la aplicación del artículo 155 de la Constitución española y el presidente del Gobierno español cesó al Gobierno catalán, disolvió el Parlamento catalán y convocó elecciones el 21 de diciembre. Y en esas estamos. Mucho me temo que el conflicto va para largo. “Quien con fuego juega, se quema”, dice el refranero español, aunque también “Quien con fuego juega, en la cama se mea”. Aquí están pasando las dos cosas: se ha jugado con el sentimiento de la gente –mucha de la cual ha seguido las soflamas de los discursos oficiales y/u oficialistas como las ratas a Hamelín– y el fuego ha prendido, pero quienes lo han provocado se mean en la cama (algunos de risa).

Veamos en que me sustento para afirmar esto. ¿Qué se dirime en Catalunya? ¿Es realmente un conflicto entre naciones dentro de un Estado? Si así fuera, y tal como han sucedido y siguen sucediendo los hechos –con una política represiva por parte del Estado español que nos retrotrae a modos y tiempos sombríos propios del peor franquismo– me posiciono en favor de la República catalana, aunque solo sea porque hay cosas que nadie puede prohibir, como que las personas actúen y se expresen en libertad. Y, sobre todo, porque una cosa es el nacionalismo y otra la independencia. También si de lo que se trata es de una cuestión de estados de ánimo, pues entiendo que el conflicto me atañe como persona y que no me dejan otra opción que elegir entre uno y otro nacionalismo. No hacerlo supone que el español –mejor dicho: ese nacionalismo adulterado, hinchado de mitos y falacias, carente de razones, que algunos quieren identificar con los ‘genuinos valores patrios’– se imponga. Así que, puestos a elegir, me quedo con el nacionalismo catalán. ¿Qué quieren que les diga? El español ya lo conozco, de sobra, desde hace mucho tiempo, y no lo quiero. No quiero regresar a aquellos tiempos de silencio y miedo, de constante represión física y moral, a aquella España oprimida, forzosamente uniforme, con una historia única, con una sola lengua, a la que debíamos adherirnos sí o sí. No la quiero. El otro nacionalismo, al menos, no lo he padecido. Y eso de que ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’ es de pusilánimes y miedosos. Prefiero la audacia transgresora, enfrentarme a lo desconocido.

Si la cosa va, pues, de sentimientos y emociones, me siento mucho más cerca de Catalunya. El catalán –precisando: la variante dialectal del catalán que se habla en el País Valenciano– es mi lengua materna, con la que me expreso, con la que me relaciono con los míos, la lengua en que estudió mi hijo –lo que no ha sido ningún obstáculo, por mucho que algunos cuestionen esta opción, para que hoy hable y escriba perfectamente el castellano, el catalán y el inglés–, y Catalunya –Barcelona concretamente– es la ciudad en que vivió mi padre desde que marchó en 1925, a los 16 años, para hacerse sastre –lo consiguió y fue un buen sastre– hasta que tuvo que huir a través de los Pirineos en 1939, para acabar en un campo de internamiento francés, pasar al campo de Miranda de Ebro y regresar a su lugar de origen a finales de la década de 1940. Conozco bien la ciudad y allí tengo buenos amigos. Además, entre cantar y bailar al son de Manolo Escobar y su canción Y viva España –como leo ahora mismo que ha finalizado en Madrid una concentración en defensa de la unidad de España con presencia de la presidenta de Madrid y del PP de la comunidad– o al de la música de la Companyia Elèctrica Dharma, como ayer en la Plaça de Sant Jaume, qué quieren que les diga.

Pero no, no esto lo que, en última instancia, se dirime en Catalunya. Catalunya es una de las regiones más ricas de Europa y la primera economía de España por volumen de PIB (sobre el 20%), algo así como Alemania respecto a Europa. La lógica del capitalismo es la acumulación del capital como motor del crecimiento económico. Y, puesto que “el dinero hace girar el mundo” –como cantan Liza Minelli y Joel Grey en el famoso número del no menos famoso musical Cabaret–, cuanto más se concentre en unas pocas manos más fácil será hacer creer que todo obedece al curso de la historia, más fácil resultará controlar los mecanismos de poder indispensables para que ningún otro modelo de sociedad parezca viable.

¿Una Catalunya independiente? Ante tal eventualidad, el capital español cierra filas y se alía con quien defiende el estatus quo imperante, que tanta rentabilidad le ha dado. Con el capital no se juega. Experimentos ni con gaseosa. Leo una noticia publicada hoy mismo, día 28, en Cinco Días (Prisa, El País): “la aplicación del artículo 155 es un blindaje para que los inversores extranjeros se mantengan tranquilos. Lo es en tanto pone unas elecciones sobre la mesa y la solución democrática al conflicto que esperan los mercados para volver al alza”. Acabáramos. Este es el verdadero quid de la cuestión. El capitalismo español –el capitalismo en el Estado español, el capitalismo en su conjunto mejor– no puede consentir que se pongan en riesgo sus intereses. Vale que al final la República catalana lo más probable es que se quede en nada. Pero ¿y si por una de esas las cosas no van según lo previsto y se llena de baches el camino por el que transitan inversiones e inversores? Dejémonos de pamplinas y vamos a poner las cosas en su sitio. Así que a por ellos, oé…

Y aquí es cuando uno (yo) se encuentra absolutamente perplejo y pesaroso. ¿Cómo es posible que la gente se movilice por esa España “una”?, que lo de grande está por ver, y lo libre suena a choteo. ¿Cómo es posible que no lo haga por otros problemas mucho más acuciantes en el día a día de los españoles? Hablo de cuestiones como el paro, la precariedad laboral, la arbitrariedad empresarial, las dificultades para llegar a fin de mes, la gente sin futuro, los migrantes, los más en definitiva. ¿Cómo es posible? Me resulta inconcebible. No pasa nada, pues ante todo y por encima de todo yo soy español, español, español…, A por ellos… ¡Qué cojones! Ya ahí estoy, vitoreando a unas fuerzas policiales represoras, agresivas, violentas; reverenciando la Constitución española como la Biblia un amish, repitiendo los mantras del pensamiento políticamente correcto, es decir, del único aceptado.

Me cuesta comprender cómo esa gente no grita contra quienes, con su política económica, la han conducido a un considerable descenso de su nivel de vida. ¡Son los mismos! Una política económica defensora de los principios neoliberales ha generado una desigualdad que nos recuerda los primeros tiempos de la Revolución industrial. Y la han llevado a cabo, con todos los matices que se quiera, los gobiernos españoles del PP y del PSOE, y los catalanes del PSC, CIU y CDC.

Con su gestión de la “crisis” se han vaciado las arcas públicas. El rescate bancario en España ha costado al erario público, a todos nosotros, más de 60.000 millones de euros. Por ahora. Al mismo tiempo, se han recortado salarios y pensiones, se ha precarizado el empleo, se han perdido derechos laborales, el paro se ha desbocado, uno de cada cinco españoles se encuentra en riesgo de pobreza… Pero no pasa nada. Yo soy español, español, español… Esos castigados por tan negligente, nefasta y servil gestión son los que cantan Y viva España, siendo como son quienes promueven estas peligrosas actuaciones generadoras de odio los causantes de su deterioro en el nivel de vida. Me preocupa que se generalice la aversión hacia todo lo catalán, sobre todo hacia las personas. Me preocupa menos lo contrario: la aversión catalana hacia todo lo español. Buena parte de la militancia independista abraza la causa con tanto fervor porque ven la independencia la solución a su retroceso en el nivel de vida, además de todos los motivos emocionales que puedan tener. Pero, en el fondo, esto no deja de ser aquello de Sé realista, pide lo imposible. Imaginemos que se consigue una República catalana como la que propone la CUP, con medidas como la nacionalización de la banca. Magnífico. Me voy ya para allá. Yo quiero la nacionalización de la banca y el fin del poder de de las élites financieras que controlan y dirigen la política. ¿Qué creen que pasaría? Imposible.

Como escribió Anton Pannekoek (Lucha de clase y nación, 1912) “lo nacional no sólo es una manifestación pasajera en el proletariado, sino que entonces constituye, como toda ideología burguesa, un obstáculo para la lucha de clases”. Nada se puede conseguir desde dentro del sistema. ¿Qué pasó con el 15M? Que se acabó la movilización, se canalizó a través de las instituciones del sistema y aquí seguimos, a la sopa boba.

Si yo viviera en Catalunya

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AP Photo / Francisco Seco.

Si yo viviera en Catalunya, aunque no fuera catalán, aunque no fuera –como soy– catalanohablante (en la variedad dialectal que se habla en el País Valenciano), y si tuviera un hijo en edad escolar estudiando Educación Primaria o Educación Secundaria Obligatoria –que, lógicamente, tendría una edad comprendida entre los 6 y los 12 años–, hoy hubiera acudido con él su escuela para evitar el cierre de la misma por la Policía y la Guardia Civil.

¿Utilización? No. Formación. Le explicaría a mi hijo los motivos por los que estaríamos allí y le diría algo así como que no estoy de acuerdo con lo que defienden los padres de sus amiguitos de clase, que pienso de manera muy distinta, pero que les apoyo porque hay cosas que nadie puede prohibir, como que las personas actúen en libertad. Pues de eso va este breve artículo que escribo nada más terminar el referéndum, o, si prefieren, la movilización popular que ha tenido lugar hoy en Catalunya. Mi opinión sobre el nacionalismo la dejé muy clara en el artículo España me la suda. Allí decía: “(Lo que me interesa son] las personas, no los símbolos. Eso es lo importante. Parafraseando a Camus, amo demasiado la gente para ser nacionalista. Y me suda la polla quien anteponga la nación a sus habitantes, se autoproclamen –o así se les considere– progresistas o conservadores, socialdemócratas o neoliberales, de izquierdas o de derechas. Simples convencionalismos, pero necesarios para reforzar el sistema y ejecutar y cumplir, todos, las órdenes de otros, los que realmente detentan el poder, a los que posiblemente este tipo de asuntos también se la sudan”.

Lo que ha sucedido hoy en Catalunya con esa desmedida, violenta e innecesaria actuación policial –que muestran los vídeos que inserto bajo estas líneas– es un ataque a la libertad de expresión que lo único que ha conseguido es que muchos que no comparten el ideario independentista salieran con ellos a la calle en señal de protesta. Es lo que yo hubiera hecho si viviera en Catalunya.