Esa arbitraria y caprichosa muerte

La muerte no es como la vida, que se presenta siempre sin avisar, sin preguntar si la aceptas, si la quieres o la deseas. Es arbitraria. Sabe que es dueña y señora de todos nosotros, que estamos aquí mientras lo consienta, que nada más nacer ya estamos en sus manos. Y así actúa: con prepotencia, como todos los dueños y señores de todos los tiempos, con arbitrariedad, caprichosamente, pues nos tiene en sus manos, y nos tomará como quiera y cuando quiera, y de la forma que le apetezca. A algunos les envía antes un emisario. Ella ya está dentro de nosotros, pero ha decidido comportarse de manera cruel: unos análisis, unas pruebas que no comprendemos, así lo indican, y para explicárnoslas está su recadero, quien nos comunicará cuánto nos falta para tan, generalmente, poco deseado encuentro.

Acaban de condenarte a muerte y te lo han soltado así, sin ningún tipo de contemplaciones. Cierto que en el corredor de la muerte estamos desde que nacemos, pero el condenado, bien que no siempre –pues a veces ya está tan exhausto de morir en vida que ansía vivir la muerte– recibe sin duda la mayor tortura cuando se le comunica la aciaga noticia de su próximo fin.

Con otros es todavía más cruel, pues a veces ese plazo no se cumple y la incertidumbre y el desasosiego los acompañan un tiempo más, la mayoría de las ocasiones sumidos en el dolor y conscientes de ese terrible, y al parecer necesario, deterioro progresivo solo porque ella, la muerte, así lo ha dispuesto. Sus emisarios, confundidos, nunca saben qué hacer ni qué decir. Algunos te facilitan su encuentro, pues conocen dónde están sus dominios y cómo llegar a ellos, pero otros, que se consideran simples mensajeros cuya obligación consiste únicamente en comunicar las nuevas, se limitan a decir: es lo que hay.

En ese momento, que puede ser más o menos breve o durar una eternidad, pero que generalmente va unido a un progresivo y lamentable proceso degenerativo que alcanza tanto a las facultades físicas como a las intelectuales, es la muerte quien dispone, y eso es algo para lo que hemos de prepararnos desde que somos capaces de asimilar conceptos y expresarlos. Debería ser, esta, materia obligatoria en las escuelas. Al menos de ese modo, llegado el momento sabríamos con mayor precisión, creíble al menos, cómo afrontar el trance. Aunque igual no sirve de nada: nuestra mente se encuentra completamente expuesta y vulnerable a cualquier pensamiento.

Otros, pocos, son más afortunados: no saben nada, no hay recadero de por medio, la muerte llega como la vida, sin avisar, y se acabó. Los criterios por los que actúa, la muerte, de forma tan gratuita los desconozco. Lo cierto es que no elegimos cómo morir, como tampoco decidimos cómo nacer, pero a diferencia de cuando morimos al nacer no tenemos herramientas con las que defendernos, no porque no las haya, que las hay, sino porque nadie te avisa de que van a sacarte de allí; es un desahucio sin previo aviso, que no te da tiempo a recoger tus cosas, que te arroja a la nada sin tiempo para prepararte para ello.

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