Mujeres desnudas

Tendría once, doce años… No sé, no me acuerdo. Soñaba con mujeres sin más vestido que el deseo. Nada me resultaba más misterioso que una mujer desnuda. Alguna había visto en un libro que había en el despacho de mi padre, pero eran pinturas, no eran mujeres de verdad. Aquellas imágenes, aún así, me excitaban. Me habían dicho que la desnudez era pecado y que había que sentir vergüenza de tal estado, pero nadie me explicó por qué. ¡Pero si hasta había en libro una reproducción de la Virgen de la Leche y se veía una teta! Debía tener bula, por algo era la madre de Dios. Ningún mayor me dio nunca respuesta alguna a la pregunta de cuáles eran los motivos por los que no podemos estar desnudos. Pues porque no, ¿de dónde sacas esas ideas?

Había cerca de mi pueblo una base militar estadounidense de esas que se establecieron en diversos puntos del país a principios de la década de 1950. Para nosotros, los niños, la presencia de los americanos, así los llamaban todos, era cuanto menos algo exótico, si bien apenas se dejaban ver por el pueblo, lo que acrecentaba nuestra curiosidad hacia aquellos hombres que en las películas habíamos visto protagonizar numerosas e increíbles hazañas. Se fueron en 1964 y quedaron prácticamente abandonadas Las Casitas, así llamábamos al conjunto de los chaletitos, no más de una docena, donde residían. Nuestra curiosidad aumentó y comenzamos a indagar con mayor ahínco por los alrededores, buscando alguna cosa que hubiesen dejado. Nos intrigaba saber qué hacían, cómo vivían… Sabíamos que eran distintos a nosotros.

En las abandonadas Casitas de los Americanos Álvaro encontró un día una revista con chicas desnudas, un ejemplar de Play Boy. ¡Mujeres desnudas! ¡Por fin! La dicha se apoderó de nuestros ojos felinos que reflejaban el anhelo por verificar si lo representado en nuestra imaginación se ajustaba a lo real. También la ansiedad. Nuestros ánimos se calmaron, pero la curiosidad seguía intacta y el deseo de disfrutar contemplando las imágenes de aquellas mujeres desnudas era mayor que nunca. Jamás antes habíamos gozado de una oportunidad así, estábamos fascinados y todos queríamos estar a solas con la revista. Mas como no hubiera acuerdo por quién sería el primero en disponer de tal privilegio después de Álvaro, él la había encontrado, decidimos repartir su posesión, tres días cada uno, mediante sorteo.

A mí me tocó el último. Hube de esperar casi un mes, los plazos no se cumplían con demasiada meticulosidad, pero al fin fue mía, un martes. Como si del bien más preciado se tratase –en realidad en aquellos momentos era lo más valioso que poseía– la escondí bajo el jersey, con parte de ella metida en el pantalón para que no se cayese de camino a casa. Andaba despacio, tenía miedo a que se notase que debajo del suéter llevaba la revista, cuando me cruzaba con alguien ralentizaba todavía más el paso, azorado y temeroso de que me descubrieran, agachaba la mirada para pasar más desapercibido. Pero nadie se fijó, nadie dijo nada, ni siquiera la pareja de guardias civiles que también se cruzaron en mi camino. Y así llegué a casa.

Subí rápidamente a mi habitación, miré las mujeres desnudas detenidamente con el sosiego que solo la soledad proporciona. Me sentía excitado, algo desconcertado, y pasaba las páginas una y otra vez. Recuerdo especialmente la imagen de una mujer junto a una piscina, de espaldas, girando la cabeza a la cámara y sonriendo, el culo al aire.

Me llamaron para comer y escondí la revista en una hornacina en la que había una imagen de santa Rita, patrona de los imposibles, por quien mi abuela sentía gran devoción y creyó oportuno que en mi habitación hubiese una representación suya. Pero santa Rita no demostró sus facultades conmigo. Al día siguiente, al regresar del colegio, me dirigí de inmediato a la hornacina y la revista no estaba allí. La tenía mi madre, quien en el mismo instante en que yo levantaba una y otra vez a santa Rita para cerciorarme de que la revista había desaparecido, entró en la habitación, blandiéndola en su mano derecha. La prueba del delito, del pecado, era culpable, no tenía excusa posible. ¿Qué es esto? Desconozco la razón, pero todas las reprimendas empezaban siempre igual, con preguntas así de obvias, tal vez para buscar en mi respuesta el nivel de conocimiento acerca del hecho que se juzgase y determinar en consecuencia el grado de responsabilidad. Rompió la revista en pedazos y la tiró al suelo. Inmediatamente recogió los trozos y se desvaneció mi esperanza de que dejara allí y poder seguir recreándome en la contemplación de tetas y culos. Pero no, se los llevó.

Nunca más supe de la revista, de lo que quedaba de ella, supongo que aquellas mujeres desnudas acabarían en lugar que les correspondía: en la basura, al fin y al cabo eran mujeres despreciables, impúdicas, decían los mayores. Mis amigos mostraron cierta incredulidad en el momento de contarles lo sucedido, creían que quería quedarme la revista para mí solo. Recriminaron mi negligencia. Insistía yo en que las cosas habían sucedido tal cual las contaba y poco a poco su resistencia fue aminorando, especialmente al preguntarme sobre lo que más les preocupaba: qué le había dicho a mi madre sobre cómo había conseguido la revista. Entonces los ánimos se calmaron, les pareció una prueba de valentía que me hubiese presentado como el único responsable. Y volvimos a Las Casitas. Pero la búsqueda resultó infructuosa. Tendría que pasar mucho tiempo hasta poder ver otra vez mujeres desnudas.

Publicado originalmente en mi blog Música  de Comedia y Cabaret el 15 de marzo de 2015.

16 pensamientos en “Mujeres desnudas

  1. No me queda claro si lo confesastes o no. Pues si no lo hicistes aún sigues en pecado, y seguramente con intereses. Que marrano. El primer play boy no creo que lo viera antes de los 20. Y eso que mi infancia transcurrió entre Algeciras y Cádiz,

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    • Sigo en pecado, Eulalio. Como esto del coronavirus sea el Apocalipsis bíblico, lo tengo claro. Derechito al infierno. Claro que all´estarán también las cochinotas esas que salían en bolas en las revistas. Algo es algo.
      Este texto tiene parte de real. A unos veinte kilómetros de mi pueblo, en la sierra de la Aitana, hubo una base militar estadounidense entre 1958 y 1964, y muchos de ellos, y sus familias, vivían en unos chaletitos que fueron contruidos a las afueras (‘Les casestes dels americans), en lo que hoy es una zona de segundas residencias. No encontré allí el «Playboy». Le robaba a ratos la revista a un tío mío, pecaba y se la devolvía. Es que a mi tío le gustaban mucho las mujeres.

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  2. Tengo un cuento para esto… Si algún día lo escribo os lo cuento en mi blog. La síntesis vendría a ser que dejamos de prestar atención a las chicas de mi pueblo en verano y ellas descubrieron el pastel. Pero teníamos 15 añazos… Marrano!!! Jejeje…

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    • Dejar de prestar atención a las chicas del pueblo en verano era algo habitual. Muchas de fuera, y de la capi, venían a pasarlo allí y, ya sabes, la novedad… Cuando finalizaba el verano, las habituales estaban un tanto de morros. Y, ¡hala!, a bailar agarrados con cuatro palmos de distancia. En fin…
      Saludios de este marrano pecadorrrrr.

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    • “El erotismo sin cristianismo es un erotismo a medias, porque sin él no hay sentimiento del pecado. El erotismo agnóstico es una cosa fresca y natural, en cambio, el erotismo mezclado con cristianismo crea el sentimiento del pecado”.
      Luis Buñuel a Max Aub en el libro de este último “Conversaciones con Buñuel”, 1985.

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  3. En algún punto entre tu relato y la pornografía que hoy tanto abunda y nos inunda, debe de estar el término medio, la virtud.
    Y por mí que se quede ahí, no pienso ir a buscarla, no es divertido ser virtuoso.
    El relato de hoy me ha hecho recordar sensaciones afortunadamente muy alejadas de dicho punto.
    Saludos

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  4. Por lo que leo, ¡toda una lección de vida! Me ha llamado la atención la reacción de los amigos: al asumir la culpa se minimiza el daño (se confina el virus, vaya). En cuanto a la foto, ¡cuánto han cambiado los tiempos! Hoy día le hubiesen blanqueado las plantas de los pies photoshop mediante, creo. Abrazos.

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    • Y censurado en Facebook, a curos responsables parece ser que les aterrorizan los culos. Será porque los cagaron, en vez de parirlos.
      Cuando los demás asumen la culpa, uno adquiere poder. Es una de las bases en que se asienta la autoridad.
      Abrazos (virtuales, obviamente).

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  5. Quiero recomendarles un Libro de un escritor Español Rafael Argullol “Una educación sensorial” ,en el eque Autor nos narra cómo desde pequeño su curiosidad le hizo por medio de Pinturas de desnudo en Libros de Arte, a ir despertando y saciando su curiosidad respecto a las Mujeres desnudas , yo como anécdota puedo decirles que cuando mis hijos eran unos jovencitos guardaban bajo el colchón revistas Playboy y lo supe , solo que decidí que era mejor dejarlas y punto

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