Suelo decir siempre que publico un vídeo que si les gusta les agradecería que, si no es mucha molestia, así lo hagan constar en YouTube. En este caso, por razones obvias, mejor diré que si lo consideran merecedor de su reconocimiento le pongan un ‘me gusta’ en YouTube. Muchas gracias.
Solo para mayores de 18 años. Así he calificado yo mismo este vídeo por el contenido de sus imágenes y porque, de no hacerlo, seguro que alguien lo denunciaría. Las 31 fotografías de Joel-Peter Witkin que, acompañadas por la música de Shostakovich, lo conforman, se exhibieron en 1988, con otras muchas más, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), primero, y acto seguido en la Sala Parpalló de la Diputación de Valencia, que por entonces dirigía Artur Heras. No pasó nada. Me cuesta creer que si esta misma exposición se presentase hoy no levantara airadas protestas, manifestaciones y denuncias por parte de los veladores morales de nuestros rancios valores, meapilas varios y demás personas de mente biempensante. O igual no. Es posible que ni siquiera se hubiese llevado a cabo ante el temor a este tipo de reacciones. En todo caso, la autocensura no hubiera faltado. Si ven el vídeo, imagino que estarán de acuerdo conmigo.
No me detendré, por razones de espacio, en la biografía de este fotógrafo neoyorkino nacido en 1939, cuya obra fotográfica ‘grita la iconografía cristiana presa en las garras del infierno’ y cuya ‘verdadera esencia reside en la mezcla alquímica del tradicionalismo y los traumas psíquicos de la humanidad: el sexo, el dolor y la muerte’, una obra que es una ‘blasfemia elevada hasta un grado de belleza desconcertante’, ‘la revelación de la perversidad glorificada por el arte’. Son palabras del que fuera comisario de la mencionada exposición (Alain Dupuy) que figuran en el catálogo de la misma. Del catálogo extraigo también las que siguen, del propio Witkin («El porqué de mi obra»):
‘El ser humano es el único ser vivo con imaginación. Ningún océano, montaña o galaxia tiene capacidad para representarse el destino. Por desgracia, el mundo de hoy se está convirtiendo en sistemas materiales que anestesian la tendencia de todo individuo a forjarse un destino. Es como si nuestros corazones y nuestras mentes hubieran sido bañados en plástico. Mientras tanto, estamos sacrificando nuestro derecho como seres humanos al conocimiento de lo ignoto. El no sentir la necesidad de plantearse en la vida otra ambición que no sea la indulgencia material, supone la gran desesperanza de nuestro tiempo.
Todos aspiramos a deslindar las conexiones humanas y místicas que nos emparentan con nuestros semejantes y con Dios, así como a una introspección profunda encaminada al entendimiento y la satisfacción de las capacidades que nos han sido dadas para poder ver cuanto hay de alegre y dramático en la evolución de cada uno en su persecución de la verdad. Este es el porqué de mi obra. Los cambios en mi obra reflejan la intensidad y la claridad de mi vida. La progresión de mi obra se mide en el grado de contemplación que esta refleja’.
En cuanto a la música, que a mi parece de lo más apropiada, se trata del tango del ballet The Golden Age (La edad de oro), que compuso Dmitri Shostakovich en 1930, una mirada satírica del cambio político y cultural en la Europa de los años veinte del siglo pasado, años que en muchas cosas nos recuerdan el momento actual.
Hoy en día no se hubiera podido rodar «La vida de Bryan», en su momento costó.
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Por ejemplo. Recuerdo haberla visto en un cine de Arte y Ensayo.
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Dios jamás se inmuta; sus (autoproclamados) chambelanes y monaguillos, sin mesura. La exhibición de los recovecos corporales es una impudicia… salvo si se trata de mostrar las aberraciones cometidas por los infieles en la anatomía de los residentes en el santoral.
Un buen álbum de imágenes bien conjuntadas con la música. Chapeau.
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Tal cual. Como decimos por aquí, «dels pecats del piu, Déu se’n riu» (de los pecados del pijo pene) Dios se ríe].
Gracias por el comentario. Afectuosos saludos.
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