Cuando los apaches eran dueños de París

Puede que suene extraño, pero a principios del siglo XX los apaches eran los dueños de París. No de todo París, precisemos, pero sí de los bajos fondos, y por la noche de Montmartre. Por eso el famoso cuplé Si vas París, papá, un one-step de 1929 que compuso Rafael Oropesa, advertía del peligro: “Si vas a París, papá, cuidado con los apaches”. ¿Lo recuerdan? En todo caso empecemos con él. Laura Valenzuela lo canta en la película Pierna creciente, falda menguante, dirigida en 1970 por Javier Aguirre y protagonizada por Laura Valenzuela, Fernando Fernán Gómez, Emma Cohen e Isabel Garcés.

«Apaches» de París a principios del siglo XX.

Si vas París, papá es un tema sobradamente conocido, de esos que forman parte de la memoria musical popular y quien más y quien menos –sobre todo si ya tiene cierta edad– ha escuchado o tarareado alguna vez. Y la frase en cuestión –“Si vas París, papá, cuidado con los apaches”– más conocida aún. Tanto que no nos preguntamos –ese fue mi caso– ¿qué demonios hacían los apaches en París?, ¿y por qué había que ir con cuidado con ellos? La palabra apache –aparte, por supuesto, de referirse a los indios nómadas de las llanuras de Nuevo México– significa también “bandido o salteador de París y, por ext., de las grandes poblaciones” (RAE).

Portada de la revista “Le Petit Journal” de 1907. “El apache es la plaga de París”, dice la leyenda.

A principios del siglo XX la pequeña plaza Du Tertre en Montmartre podía resultar por el día un tanto ruidosa dada la continua afluencia de gente, pero los animados grupos que por la noche la cruzaban en busca de manduca y jarana llegaban a convertirla en un constante guirigay. En las calles adyacentes se encontraban muchos de los lugares frecuentados tanto por la bohemia parisina como por burgueses ávidos de diversión y, a ser posible, emociones fuertes. Especialmente en el tramo comprendido entre las plazas Blanche y Pigalle garantizaba ambas cosas en los numerosos cafés y cabarets que allí se concentraban, como el Quat’z’Arts o el cada día más famoso Moulin Rouge. También a allí se había trasladado Le Chat Noir, poco a ver lo que era. La zona atraía todo el esnobismo francés y extranjero y se la consideraba la cuna del vicio, la inmoralidad y la delincuencia.

Unos nuevo tipos, poco familiares hasta entonces, vestidos con anchas camisas o camisetas de rayas, gorra y pañuelo al cuello, y armados de revólver o puñal, campaban aquí a sus anchas: los apaches, como se denominaba a los malhechores de los bajos fondos de París. Controlaban la prostitución y no había asunto turbio que escapara de sus manos. Los clientes tenían dónde elegir: desde jóvenes casi adolescentes a maduras mujeres curtidas en mil batallas cotidianas se ofrecían a las puertas de los cabarets; las más lozanas eran invitadas a pasar por sus dueños.

“Le Petit Journal” (1904, imagen de la portada): Enfrentamiento entre la policía y los apaches.

Para ir a La Butte de noche se debían tomar, pues, las debidas precauciones; era territorio apache. En este ambiente –además de los sempiternos valses– otros bailes de moda, como el cakewalk o el tango, que no hacía mucho que se conocían en París y causaban auténtico furor, sobre todo entre los jóvenes, apreció uno nuevo: el baile apache, también conocido como tango apache, pues algo de parecido tenía con el tango argentino, tan en boga en Europa. Este baile de las clases populares pronto atrajo a otros sectores más pudientes de la sociedad parisina.

Imaginemos a alguien de aquella época que contemplara tan osado baile por primera vez, como es el caso del protagonista de mi novela El corto tiempo de las cerezas, Samuel Valls, cuando vivía en la plaza Du Tertre, donde todos los años se conmemoraba el 14 de julio con un baile popular:

La orquesta paró de pronto y subió al escenario un acordeonista que se puso a tocar el “Valse des rayons”, del ballet de Offenbach Le Papillon. La gente formó un corro y una pareja ─él ataviado con el típico atuendo que identificaba a los hampones parisinos, ella con una blusa roja y una falda de campana negra a la altura de las canillas─ iniciaron un lascivo baile que Samuel advirtió por la brusquedad de los movimientos que se trataba de un baile apache, la última originalidad de París. Había oído hablar de él, un par de años antes empezó a popularizarlo la famosa artista del music-hall Mistinguett en un espectáculo del Moulin Rouge, sabía que era enérgico y agresivo, pues se inspiraba en las peleas de las prostitutas con sus chulos, pero aun así le sorprendió la violencia de la coreografía. El hombre, de unos treinta años, un tipo fornido, todo músculo, hacía gestos a la mujer, que parecía algo más joven, si bien era difícil precisar su edad por su abultado maquillaje, de que se acercara. Ella le ignoraba, con la mano indicaba que la dejara en paz. Rudamente, de un manotazo, el tipo la cogió del brazo y la lanzó al suelo. A continuación la levantó de los cabellos, aproximó la cara de la chica a la suya y dieron unos pasos de tango mientras él sacaba un cuchillo con el que acariciaba el rostro de su pareja, a la que zarandeaba y volteaba en todas direcciones y volvía a arrojar a los pies de los espectadores, que jaleaban con júbilo sus maniobras. Más volteretas, otro empujón, ella trataba de defenderse, otro bofetón ─puede que simulado, pero el golpe de la mano en la mejilla se oyó incluso desde la posición de Samuel─ y de nuevo al suelo. Al final, como si un fardo se tratara, la levantó, desfallecida la puso sobre sus hombros, boca abajo, de modo que la falda caía sobre la cabeza de la joven, y abandonó el círculo. Fin de la actuación. Gritos de bravo y fuertes aplausos.

Manuel Cerdà: El corto tiempo de las cerezas (2015, nueva edición 2019).

Vamos con el baile en cuestión en esta filmación de 1934 realizada en los estudios Pathé de Londres.

Tal fue la popularidad de la danza que tuvo su traslación al cine. Desde la década de los treinta del siglo XX el baile apache hizo apariciones esporádicas en diversas películas, como Luces de la ciudad (1931) de Charles Chaplin, Ámame esta noche (1932), Charlie Chan en París (1935), Queen of Hearts (1936) o Pin Up Girl (1944), por citar algunos ejemplos. Veamos, si les parece, una secuencia –en la precisamente suena la música del “Valse des rayons”– del film Charlie Chan en París (1935). La danzarina es Dorothy Appleby y él, se especula, un joven Anthony Quinn.

Para finalizar, una secuencia de un corto de 1939, Montmartre Madness, que dirigió Arthur Dreifuss.

Que pasen un buen fin de semana.

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Versión actualizada de la entrada publicada anteriormente en este blog el 29 de enero de 2018.

8 pensamientos en “Cuando los apaches eran dueños de París

    • Gracias mil. Es que parte de mi novela «El corto tiempo de las cerezas» transcurre en el París de la Belle Époque, en Montmartre más concretamente, y me documenté lo más que pude antes de escribirla.
      Buen fin de semana.

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    • Muchísimas gracias, mas como decía en otro comentario parte de mi novela «El corto tiempo de las cerezas» transcurre en el París de la Belle Époque, en Montmartre más concretamente, y me documenté lo más que pude antes de escribirla Suponho que el hecho de ser historiador tuvo algo que ver (por aquello de la deformación profesional).
      Abrazos y feliz fin de semana.

      Le gusta a 2 personas

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