El encuadramiento de la juventud en la sociedad actual ha sido un fracaso. El de las generaciones mayores se reduce a casi nada, adormecidas sobre todo por la rutina laboral, conformadas con la suerte de las formaciones políticas tradicionales. Viven como mucho de ilusiones pasadas y sus esperanzas de una vida mejor se ahogan en las condiciones jerárquicas del mundo dominante, al que aceptan como el único posible. Unos y otros viven la sociedad del consumo y del tiempo libre como como sociedad del tiempo vacío, como consumo del vacío. Unos y otros, ¿viven?, ¿o simplemente existen? No hay ni plenitud ni futuro si no hay sueños que contar. Hoy no hay sueños, excepto aquellos que se derivan del delirio de la dominación y forman parte de la pesadilla planificada.
¿Qué le queda al que no se resigna a vivir en un permanente trance hipnótico? Ante todo, y sobre todo, una infinita tristeza. La tristeza del vencido, del que nació con el ánimo elevado que la vida se encargó de aplastar.
Mas ni siquiera la tristeza es igual para todos. Tristeza não tem fim, felicidade sim, que dice la canción. Es lo mismo que les ocurre a los naranjos. Les ataca la tristeza. Sin saber por qué el árbol se debilita, cada vez más aprisa, sus hojas se marchitan en poco tiempo. Pero el naranjo no muere, solo aparentemente. Fuera de estación, cuando ya no es el momento, florece, y además abundantemente, pero sus frutos nadie los quiere, son pequeños y tienen mal color. Donde parece que hay, no hay, que dijo Quevedo. Eso sí, los naranjos ricos ─mejor dicho: aquellos cuyos propietarios cuentan con más medios─ nunca sufren de tristeza, jamás padecen la enfermedad, pues la planta originaria, más cara lógicamente, está ya preparada para que no pueda ser inoculada. Se les llama árboles tolerantes, a estos. Tolerante es quien sabe sufrir, quien lleva las cosas con paciencia, el que permite algo que no se tiene por lícito sin aprobarlo expresamente, lo dice la Real Academia (debe ser así). El tolerante no sufre de tristeza. Hay que ser, pues, tolerantes, con nosotros mismos sobre todo, con nuestras acciones e intereses, y hay que formar espíritus tolerantes, condescendientes, aquiescentes. Desde el mismo momento de nacer, hemos de ser tolerantes. Han de serlo los que trabajan doce horas al día en faenas tan poco ilusionantes como mal remuneradas, los parados que ya no cuentan con el correspondiente subsidio, quienes prostituyen su espíritu y quienes lo hacen con su cuerpo, los infelices, los impotentes, los fracasados, los ilusos, los descreídos, los vencidos. Desde los primeros días de la infancia.
El dinero hace girar el mundo, cantan Liza Minelli y Joel Grey en el famoso número de la no menos famosa película Cabaret,que dirigió en 1972 Bob Fosse, filme que tiene su origen en el musical del mismo título basado en la obra del británico –nacionalizado luego estadounidense– Christopher Isherwood Adiós a Berlín (1939). “El dinero hace girar el mundo. / Lo hace girar. / Un marco, un dólar o una libra. / Es lo que lo hace girar. / Ese sonido metálico es lo que lo hace girar. / Dinero, dinero, dinero, dinero. / Si eres rico y quieres diversión, puedes permitirte una juerga. / Si eres rico y estás solo, puedes llamar a la criada. / Si eres rico, te deja tu amante y estás triste, / puedes llamar un taxi y recuperar tu yate de catorce quilates. / El dinero hacer girar el mundo, / de eso estamos seguros / porque somos pobres. / Dinero, dinero, dinero, dinero. / Cuando no tienes carbón y te hielas en invierno, / cuando no tienes zapatos y te faltan quince kilos, / si vas a ver al cura te dirá que ames más al prójimo. / Pero cuando el hambre llama a la ventana, / el amor huye por la puerta. / El dinero hace girar el mundo”.
Y es que cuando se trata de dinero todos somos de la misma religión, que dijo Voltaire. El gran problema es que unos tienen mucho y otros muy poco. Los más de 180 millones de euros de ingresos netos que solo en 2012 acumularon las 100 personas más ricas del mundo podrían acabar cuatro veces con la pobreza extrema. Si no, que se lo pregunten al protagonista de nuestro siguiente tema: Brother, Can You Spare a Dime? –que podríamos traducir como Hermano, ¿puedes darme una moneda de diez centavos?–, una de las melodías más conocidas en Estados Unidos durante la Gran Depresión, cuando la crisis económica golpeaba tan duramente como ahora.
Esta maravillosa canción fue compuesta en 1931 por Jay Gorney, con letra de de E. Y. Yip Harburg, para el musical de Broadway New Americana. Está basada en una canción de cuna que Gorney escuchaba cuando era niño. Vemos este vídeo con la versión de Bing Crosby de 1932 subtitulado al castellano.
La crisis remitía. Las cosas se veían de otro modo. “Estamos podridas de dinero, estamos podridas de dinero. / ¡Tenemos de sobra para salir adelante! / Estamos forradas, el sol brilla, / vieja Depresión ya has pasado, aunque bien nos la has jugado / (…) / Ya nunca veremos portadas de periódicos con gente pidiendo pan, / y cuando veamos al casero le podremos mirar a la cara. / Estamos podridas de dinero, vamos, mi amor, / ¡Vamos a prestarlo, gastarlo, hacerlo roooodar!”, cantaba Ginger Rogers acompañada de un fastuoso cuerpo de baile en Gold Diggers –cuya traducción sería algo así como “Buscadoras de oro”–, película dirigida por Mervyn LeRoy en 1933 con coreografía de Busby Berkeley. Pero no, no ha sido así, vemos las mismas portadas, los mismos rostros, la misma miseria y la misma desesperación. La canción escogida se titula “We’re in the Money”.
Cuando se tiene dinero, uno se puede preguntar para qué ser millonario. Es lo que Frank Sinatra le dice a Celeste Holm en la canción “Who Wants to be a Millionaire”. ¿Quién quiere ser millonario? Yo no. ¿Quién quiere la molestia de mantener una casa de campo?, ¿quién quiere bañarse en champán?, ¿quién un yate?, ¿quién cansarse de caviar? Yo no”, continúa. La película en que Sinatra interpreta “Who Wants to be a Millionaire” se titula High Society (Alta sociedad). Fue dirigida en 1956 por Charles Walters, con Bing Crosby, Grace Kelly, Frank Sinatra y Celeste Holmes en los principales papeles. ¡Ah!, el cine, tan real como la vida.
Tales pensamientos no van con otros. No es posible. Boris Vian, que llevaba una vida de gran estrechez económica, cantaba en 1947 Ah! Si j’avais un franc cinquante (¡Ah! Si tuviera franco y medio) para resumir su situación. “¡Ah!, si tuviera un franco y medio / tendría enseguida dos francos y medio. / ¡Ah!, si tuviera dos francos y medio / tendría tres francos y medio. / ¡Ah!, si tuviera tres francos y medio / ya serían cuatro francos con cincuenta. / ¡Ah!, si tuviera cuatro francos con cincuenta… / pronto tendría cien monedas de un céntimo!”. Lo hacía en el cabaret Tabou y en el Club Saint-Germain-des-Prés, que el mismo promovió, con su trompeta, hasta que los pulmones dijeron basta. Vian participó de lleno en la bohemia parisina y siempre fue un artista provocador que estuvo en contra de las injusticias. No es, sin embargo, a Vian a quien vemos en el siguiente vídeo –por falta de grabaciones en directo– sino a Eric Luter –hijo del famoso clarinetista Claude Luter– en la mítica Caveau de la Huchette (2009).
El dinero, no obstante, se puede obtener de muchos modos. Generalmente, de forma poco ortodoxa si se tiene mucho. O si la miseria, la necesidad, es tal que aquello de la propiedad privada y “me lo he ganado yo con mi esfuerzo” no dejan de ser simples eufemismos de la injusticia (y la desigualdad). Para algunos la solución es relativamente sencilla. Fagin, un criminal que vive de los niños, a los que enseña a robar, se lo explica a Oliver cuando le instruye en dicho arte. “En esta vida, solo una cosa cuenta / ¡tener las arcas bien llenas! / Pero el dinero no crece en los árboles. / Tendrás que birlar un par de carteras, / tendréis que birlar un par de carteras, muchachos”. Oliver es el protagonista del musical homónimo de 1960, que en 1968 fue llevado a la gran pantalla por Carol Reed. De la versión cinematográfica de Oliver vemos el número “You’ve Got to Pick a Pocket or Two”, en la que se desarrolla la escena que comentamos.
“No es ninguna vergüenza ser pobre, pero tampoco es ningún gran honor. ¿Acaso pasaría algo tremendamente malo si yo tuviera una pequeña fortuna?”, se pregunta Teyve, lechero de un pueblo ucranio que acaba de conocer a un joven pobre estudiante de ideas socialistas, protagonista del musical Fiddler on the Roof (1964, El violinista en el tejado, llevada luego al cine con el mismo título en 1971). Pues igual sí, porque nuestro protagonista tiene claro que no se mataría a trabajar, que construiría una gran casa con muchas habitaciones y grandes escaleras, incluidas algunas que no fueran a ningún lado, solo para presumir, pues cuando uno es rico los demás se creen que lo sabes todo. Y esto no es bueno, no, no lo es para los que viven del trabajo ajeno. “Si la clase obrera se levantara con toda su fuerza no para reclamar los Derechos del Hombre (que no son más que los derechos de la explotación capitalista), no para reclamar el Derecho al Trabajo (que no es más que el derecho a la miseria), sino para forjar una ley de bronce que prohibiera a todos los hombres trabajar más de tres horas por día, la Tierra, la vieja Tierra, estremecida de alegría, sentiría brincar en ella un nuevo universo”, escribió Paul Lafargue en 1880. Vemos a Chaim Topol hacerse ilusiones en una secuencia de El violinista en el tejado.
Su fuera rico… Pero el dinero no cae del cielo. ¿O sí? Pennies from Heaven (“Dinero caído del cielo”) película de 1936 que dirigió Norman Z. McLeod y protagonizaron Bing Crosby, Madge Evans, Edith Fellows y Donald Meek. La música de la canción que da título a la película y finaliza esta entrada la compuso Arthur Johnston, y Johnny Burke escribió la siguiente letra: “Siempre que llueve, / cae dinero del cielo. / ¿No sabes que cada nube contiene dinero / y que al llover cae del cielo? / Puedes hacer una fortuna con lo que cae por toda la ciudad. / Asegúrate, pues, de que tu paraguas está al revés. / Las cosas que deseas / puedes conseguirlas con un simple chaparrón. / Así, cuando escuches tronar, no te quedes bajo un árbol. / Los centavos caen del cielo para ti y para mí. / Partamos peras. / Comercia con ellos como si fueran fajos de sol y flores. / Si deseas las cosas que te gustan / tienes que mojarte. / Así pues, cuando escuches tronar, / no te quedes bajo un árbol, / del cielo cae dinero para ti y para mí”. Vemos el vídeo que recoge la canción en la versión cinematográfica de Pennies from Heaven que dirigió Herbert Ross en 1981.