Es muy probable que, tras los ‘excesos’ gastronómicos de estas pasadas (y pesadas) fiestas, le haya subido el colesterol y ello le alarme, limitando en consecuencia la ingesta de determinados alimentos. ¿Tiene fundamento tal preocupación? Los masáis de Tanzania se alimentan de la leche, la sangre y la carne de sus vacas. Alimentación más rica en grasas saturadas es difícil. Tienen el colesterol alto, sí, pero el riesgo cardiovascular entre ellos es prácticamente inexistente. ¿Por qué? ¿Y por qué los franceses, que también tienen una dieta rica en grasas saturadas y una tasa media de colesterol superior la media, son quienes sufren la menor cantidad de infartos del mundo? ¿Será que el colesterol no es tan malo como lo pintan? Son preguntas que se plantean en el documental de 54 minutos de duración Cholestérol, le grand bluff (Colesterol, el gran engaño), que se estrenó en 2016 dirigido por Anne George y que coprodujeron Arte GEIE & Quark Productions.
¿Cómo se creó el dogma de que el colesterol es culpable de la mayoría de enfermedades cardiovasculares? La reputada periodista estadunidense de investigación Nina Teicholz nos explica cómo empezó todo: “En la década de 1950 hubo una ola creciente de infartos y enfermedades cardíacas. Hombres de mediana edad, en la plenitud de la vida, sufrían infartos de corazón. Se trataba de hombres cuyos padres nunca habían sufrido este problema. En 1955 el presidente Eisenhower sufrió un infarto que le obligó a ausentarse del Despacho Oval durante diez días. El pánico se extendió por todo el país”.
Entonces, Ancel Keys, investigador y patólogo de la Universidad de Minnesota, comenzó a interesarse por la cuestión y sugirió que la culpa era de las grasas saturadas, que elevaban el colesterol total, el cual, a su vez, obstruía las arterias y provocaba infartos de corazón. A principios de los 50 presentó un informe en el que achacaba tal circunstancia a “nuestro estilo de vida y nuestra dieta” y en 1958 puso en marcha un ambicioso plan: un estudio en siete países (Grecia, Yugoslavia, Italia, Países Bajos, Finlandia, EE UU y Japón) para observar el vínculo estadístico entre la alimentación, especialmente las grasas, la tasa de colesterol y el riesgo cardiovascular de la población. Más tarde, publicó una curva de mortalidad cardiovascular que encabezaba EE UU y concluyó que cuantas más grasas saturadas se consumen más infartos hay. Pero no incluyó a Francia, por ejemplo, que tiene un nivel muy bajo de infartos y consume abundantes materias grasas. Como pone de relieve el doctor Dominique Dupagne, Keys manipuló los datos. Cualquier investigador –sea del campo que sea– sabe que primero se formula hipótesis, luego se intenta obtener pruebas documentales y, cuando se considera que estas son irrefutables –lo que no quiere decir que necesariamente lo sean–, se razonan las conclusiones y se presenta la tesis. Él hizo lo contrario.
Pronto, el colesterol pasó a formar parte de los intereses industriales. La industria agroalimentaria empezó a promocionar alimentos que estaban en concordancia con lo que decía Keys y viceversa: las farmacéuticas productos bajos en grasas y aceites vegetales. Surgieron diversas teorías en contra, pero los intereses de las industrias farmacéutica y agroalimentaria acabaron imponiéndose. Así, al patólogo Kilmer McCully, que formuló la hipótesis de que las placas de las arterias se desarrollan cuando la cantidad de homocisteína es excesiva, se le retiraron los medios y se le cortaron las vías de financiación, hasta que un buen día –lo cuenta él mismo– “el director de relaciones públicas del Hospital de Massachussets me llamó y me dijo que cerrara el pico, que en el futuro no quería volver a oír mi nombre asociado al hospital o a Harvard”. Si su teoría no hubiese tenido sentido nadie se habría interesado, nadie habría actuado contra él. Prueba de que su teoría no era descabellada, pero sí dañina para los intereses mencionados, es el descubrimiento que revela el documental de documentos confidenciales internos de la industria azucarera que demuestran que esta subvencionó investigaciones en los años 70 para que el colesterol figurara como único responsable de las enfermedades cardiacas.
Para probar la incidencia del colesterol en las enfermedades cardiovasculares, las autoridades sanitarias pusieron en marcha un ensayo clínico en el que participaron 3.800 hombres con una tasa de colesterol muy elevada. Un grupo fue sometido a una dieta baja en colesterol y se les administró colisteramina, que reducía la tasa de colesterol en sangre. Se empezó entonces a hablar de los países mediterráneos, que consumían aceite de oliva y fibras y tenían entre ocho veces menos infartos que los finlandeses y cuatro menos que los escoceses. Se hicieron pruebas y el grupo que consumían una dieta mediterránea tuvo un 50% menos de infartos. Pero una vez más, los resultados se obtuvieron de una mala selección (el ensayo se hizo con hombres de mediana edad y el resultado se generalizó al conjunto de la población) y de una interpretación errónea de las conclusiones: también en los países mediterráneos se consumen quesos y embutidos. No era la suya una dieta contra el colesterol, sino de otra forma de dieta.
Había que bajar, pues, el colesterol sí o sí. Y entonces se produjo el milagro: corría el año 1971 cuando el doctor Akira Endo descubría en Japón las estatinas, de las que consiguió aislar la pravastatina (1979) y la simvastatina (1982). Así lo vivió el doctor Mikael Rabeus, cardiólogo: “Fue algo extraordinario. Estábamos atónitos. De repente había una pastilla que podíamos recetar a las personas que habían sufrido un infarto y que, además, se reducía la mortalidad, el riesgo de recaída, etc. Era fantástico. Las administramos desde el primer momento”.
Prácticamente nadie, al principio, cuestionó lo que habían publicado prestigiosas revistas científicas internacionales acerca de los nuevos medicamentos. De nuevo nos lo explica el doctor Dupagne: “El colesterol no es un veneno que fluye por las arterias, es una grasa esencial para la fabricación de nuestras células. Sin él, no podemos vivir. El objetivo no es reducir el colesterol como el que reduce el arsénico en la sangre, por así decirlo. Se trata de un producto, o más bien de una familia de productos, que desempeñan funciones metabólicas muy valiosas, y cuando trastocamos algo para tratar de proteger el corazón podemos alterar otras cadenas metabólicas, ya sea en el campo del cáncer, en enfermedades autoinmunes y en multitud de cosas. Y cada vez que lo hacemos existe el riesgo de reparar una cosa mientras estropeamos otra, y encontrarnos con que hemos bajado la tasa de colesterol, pero hemos aumentado el riesgo de otras enfermedades”.
Pero con el tiempo se ha demostrado que las placas en las arterias se deben a un proceso de calcificación que las crea y se origina un trombo. ¿Y el colesterol? Esto dice al respecto en el doctor Mikael Rabaeus, cardiólogo: “Me gustaría que alguien me explicara esto. Después de dos millones de años de evolución del ser humano, ¿por qué habría un colesterol malo y uno bueno? No quiere decir nada. Si los dos colesteroles son secretados por el hígado desde hace dos millones de años es que necesitamos los dos. En segundo lugar, ¿qué es lo que hace que aumenten o disminuyan? En el caso del HDL, el llamado colesterol bueno, lo que lo hace aumentar es la actividad física. Y está claro que la actividad física durante los últimos diez mil años era muy alta en todos los hombres y tenían un HDL más bien elevado. Pero no es el HDL elevado el que nos protege, es la actividad física la que hace que enfermemos menos. En cuando al LDL es lo mismo, pero a la inversa. Sencillamente, consumimos menos LDL cuando somos sedentarios y, por lo tanto, tiende a elevarse un poco, pero una vez más: es el sedentarismo el que nos mata”.
Las estatinas, sin embargo, siguen recetándose, especialmente la simvastatina, a pesar de que –como decíamos en el párrafo anterior– pueden aumentar la calcificación de las arterias coronarias, que es el síntoma distintivo de una enfermedad cardíaca potencialmente letal. ¿Cómo es posible? Esta es la explicación del doctor John Abramson, catedrático de Medicina: “El 85% de los ensayos clínicos, y hasta el 97% de los ensayos más importantes, están patrocinados por laboratorios privados. Ahora bien, hemos calculado que hay cinco veces más posibilidades de encontrar un resultado positivo en un medicamente cuando el ensayo está financiado por un laboratorio privado en comparación con un ensayo del mismo medicamento financiado por un instituto público. Es un aumento bastante considerable de las posibilidades. Tendemos a considerar que los ensayos científicos son objetivos, pero cuando nos fijamos en cómo se estructura el sistema nos damos cuenta de que las compañías privadas patrocinan los ensayos clínicos para promover la venta de sus fármacos”.
¿Cómo se puede decir que las estatinas reducen el riesgo cardiovascular y al mismo tiempo aceptar que las estatinas aumentan el score cálcico, considerado por algunos como lo que mejor predice el riesgo cardiovascular? Ambas cosas son incompatibles.
Con el tiempo, muchos pacientes empezaron a sufrir los efectos secundarios de la simvastatina: debilidad muscular, fatiga, pérdida de memoria… Cosas de la edad, solía –suele– decir el médico al paciente que ya lleva un tiempo tomándola. Mas lo cierto es que, como afirma ya casi al final el cardiólogo e investigador del Centro de Investigaciones Científicas Michel de Lorgeril: “Las estatinas entran en el cerebro y alteran la síntesis de colesterol en el cerebro. Es un efecto terrible que hasta hace poco había sido ignorado, y solo gracias a la presión de algunos médicos y toxicólogos las autoridades sanitarias han admitido que, efectivamente, las estatinas provocan problemas de memoria y trastornos del sueño. Es decir, es un claro efecto neurotóxico”.
Cuando vi el documental –del que ya hablé en otra entrada– yo estaba tomando simvastatina. Hacía menos de un año que había sufrido un infarto a causa del síndrome de Takotsubo (síndrome del corazón roto). Hice lo que el documental advierte al final: “No interrumpa su tratamiento sin consultar a su médico”. Consulté a mi médica y dejé de tomar simvastatina. Me ha ido bien.
Poco después, en un análisis rutinario de sangre me salió que tenía carencia de hierro, por lo que debía comer más alimentos ricos en dicha sustancia, entre ellos carnes rojas, hígado, marisco…, alimentos que se supone son malos para el llamado colesterol alto. Al mes, la carencia de hierro había desparecido. Seguí a partir de ese momento comiendo y bebiendo aquello que me apetecía sin otro criterio que el sentido común, criterio que mi médica me aconsejó mantuviera siempre. ¿Cuánto colesterol (‘malo’) tengo ahora? El mismo que confiesa tener uno de los médicos entrevistados en el documental: ni idea. Y, la verdad, físicamente me siento cada día mejor. Me siento como lo que soy: un chaval de 65 años que hace gala de la máxima “Menja fort, caga fort i no tingues por a la mort” (Come fuerte, caga fuerte y no temas a la muerte”.
Si quieren ver el documental completo doblado al español, aquí lo tienen.
Gracias por recomendar este documental, me interesa mucho y lo veré en cuanto pueda. Saludos.
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Creo que los argumentos que se exponen son convincentes. A mí, desde luego, me hizo bien verlo, pero es evidente que cada persona es distinta de otra. De todos modos, hace reflexionar sobre cuestiones que sí nos afectan cotiniadamente, lo que no es poco.
Afectuosos saludos, Laura.
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Todo hay que tomarlo con pinzas. Abrazo y feliz inicio de año.
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Por supuesto. Pero pinza por pinza, me quedo con aquella que más me sirva, y los argumentos que aquí se exponen a mí me convencen. Al tiempo me llevan a reflexionar sobre qué es la ‘medicina’ y qué la ‘mierdecina’.
Haya ido como haya ido el año que pasó, que este sea mejor. Un abrazo, Rubén.
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Abrazo y feliz año.
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Interesante tu artículo. Y eso: menja, caga, y -como decía una amiga mía- «todo lo demás».
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Pues muy de acuerdo con tu amiga. Cuando el miedo se pierde se disfruta más, y «todo lo demás» es más fácil y placentero.
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Muy interesante. Gracias.
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Eso me pareció, Olga. Además, a mí me fueron muy útiles los argumentos que se exponen. Por eso decidí publicarlo.
Buen fin de semana.
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En buen momento, precisamente ayer discutía sobre ese asunto de la sinvastatina, el dolor abdominal que causa es terrible y afecta el higado. No se que hacer para evitar la subida de trigleceridos y colesterol, si ya eliminé una serie de carbohidratos. En buena hora, ya veré que hago. Saludes.
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La sinvastatina causa más daños que beneficios (si es que tiene alguno). Y el colesterol nada tiene que ver con la formación de plaquetas y los trombos. La vida sedentaria sí.
Ahora bien, yo no soy médico y hablo basándome en lo que se dice el documental, pero más de un médcio (cardiólogos incluidos) me dicen que comparten la argumentación. Sin embargo, se ven obligados a seguir el protocolo.
Afectuosos saludos y buen fin de semana.
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😊🌹
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Gracias Manuel por compartir tan interesante entrada y vídeo. Tengo el colesterol alto desde joven, aunque bastante controlado, y cuido bastante mi alimentación, como dices tú, con sentido común.
Namasté
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Yo como lo que me viene en gana y paso del colesterol. Un amigo mío (de esto ya hace tiempo) se hizo un análisis y le salió una barbaridad (así como 700). El médico le dijo que no sabía cómo estaba vivo aún. Viendo el documental me di cuenta del porqué.
Saludos, Namasté, y buen fin de semana.
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Principio cero de las estatinas: no hay cardiólogo que se atreva a ir a contracorriente. Es humano.
Primer principio de las estatinas: tomar estatinas es en cierto modo como amputarse una pierna para reducir peso. Es cierto que lo pierdes, pero sigues gordo, y además, cojo.
Enésimo principio de las estatinas: quinientos médicos de congreso en Las Vegas debidamente tratados, acabarán reconociendo el efecto beneficioso de las estatinas en el tratamiento de la alopecia y los males de amores, entre otros cientos de efectos benéficos largos de enumerar.
El problema principal es el modelo de vida. A saber, el sedentarismo, el exceso de calorías que consumimos, y siempre, el estrés. Un cambio en hábitos de vida debe de ser la primera receta a los problemas del colesterol, cuya amenaza es que se deposite en las arterias, no su mera existencia, necesaria e imprescindible.
Y siempre, un médico mejor que un charlatán. De los males, el menor. Además, el primero de ellos es incierto y el segundo está asegurado.
Dos “píldoras” y acabo.
Mi ex cardiólogo. Le digo que por qué no le indica al paciente que cambie sus hábitos de vida primero, antes de tomar estatinas, y me dice que él no es el padre de nadie, y que la gente quiere la pastilla y seguir con su vida. En parte es cierto, pero al menos inténtalo, cabrón. No me ha vuelto a ver el pelo.
Mi médico de cabecera: A mi pregunta sobre la diabetes producida por las estatinas, me dice que compensa, pues por cada diabetes que genera, evita un infarto. Le digo que he sobrevivido a un infarto sin secuelas y que conozco diabéticos con ceguera y pies amputados. Cara de póker del galeno. Me despido amablemente y no vuelvo.
Afortunadamente, conozco otros médicos que soto voce me han guiado en mi toma de decisiones. No tomo estatinas y mi colesterol total está en 125, algo bajo el “bueno”, pero también lo era cuando me envenenaba.
Saludos
P.D. Soy médico por la Universidad de Google y copié hasta en los exámenes orales.
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Hay que incluir en estas CURAS milagrosas de la farmacología el ataque de pie plano, caspa …
Vi durante años a mis padres cargar multiplicadad de pastillas, por aquello de que esto para el corazón, esto para contrarrestar el efecto de la del corazón, la tercera para compensar lo descompensado por la pastilla que compensa lo que descompensa la primera y la quinta, en fin, nunca lo cuestionaron y nunca realmente mejoraron.
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Un dato escalofriante. Los estadounidenses constituyen menos del 5% de la población mundial y consumen el 50% de los medicamentos producidos en el planeta.
Y su esperanza de vida es de las menores del mundo occidental. No es difícil pensar que las pastillas no les están beneficiando mucho, o incluso perjudicando, y que se debe abordar el problema desde otra perspectiva, hábitos de vida y educación, apunto yo.
Qui prodest, cui bono. Síguele la pista al dinero…
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“Soto voce”. He ahí el problema que tú, como médico, sabrás mejor que yo. Muchos manifiestan estar de acuerdo con lo que dices, con lo que expone el documental, pero, ¡claro! han de seguir el “protocolo”, el cual, evidentemente, tiene mucho que ver con los intereses de la industria farmacéutica. Pasa igual que con la marihuana. Muchos son tambiém los médicos que reconocen sus múltiples efectos beneficiosos, pero nadie puede decirlo oficialmente.
Tuve un infarto y todavía no sabe ni el equipo que me operó que podía haberlo causado. Lo atribuyen al síndrome de Takotsubo (síndrome del corazón roto), pero por descarte. De eso hace tres años. Sigo fumando, bebiendo y comiendo lo que me apatece. Con un solo criterio: el snetido común.
¿Colesterol? Ni sé el que tengo ni me importa. Estoy mejor, con más fuerzas, que antes.
Saludos y ¡salud!!
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«Soto voce». He ahí el problema que tú, como médico, sabrás mejor que yo. Muchos manifiestan estar de acuerdo con lo que dices, con lo que expone el documental, pero, ¡claro! han de seguir el «protocolo», el cual, evidentemente, tiene mucho que ver con los intereses de la industria farmacéutica. Pasa igual que con la marihuana. Muchos son tambiém los médicos que reconocen sus múltiples efectos beneficiosos, pero nadie puede decirlo oficialmente.
Tuve un infarto y todavía no sabe ni el equipo que me operó que podía haberlo causado. Lo atribuyen al síndrome de Takotsubo (síndrome del corazón roto), pero por descarte. De eso hace tres años. Sigo fumando, bebiendo y comiendo lo que me apatece. Con un solo criterio: el snetido común.
¿Colesterol? Ni sé el que tengo ni me importa. Estoy mejor, con más fuerzas, que antes.
Saludos y ¡salud!!
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Bueno, no soy médico. Eso de que me “licencié en medicina” por la Universidad de Google es un modo sarcástico que empleo para exponer mis conocimientos escasos y poco académicos de la materia, pero con los que he puesto más de una vez en apuros a algún galeno.
Tengo mucho respeto por la profesión médica, pero cada día que pasa, menos confianza en la clase médica, y no por ellos, pues tal y como está establecido el sistema, veo difícil su ejercicio respetando el juramento hipocrático. Y no se les puede pedir un acto suicida de valentía, y que salven a la humanidad para que ésta siga instalada cómodamente en el sofá de su casa. Es un problema de sociedad que debe de ser abordado por la misma, lo que nos incluye a nosotros mismos, a los que nos decimos ciudadanos de a pie, que más bien lo somos de barra de bar, lugar este desde dónde habitualmente pretendemos ejercer la ciudadanía. Ahí y solo ahí.
Vuelvo a lo que escribí en otra entrada del plan que no es ningún plan, y de aquello de la sociedad low cost, con políticos low cost, y ciudadanos low cost.
Un último apunte. Los griegos decían aquello de “menos sana in corpore sano”, y yo digo que también “corpore sano in mens sana”. Y personalmente apuesto más por lo último que por lo primero.
Saludos
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¡Vaya lapsus el mío! Debe ser cosa de la medicación, efectos secundarios (y lejanos) del tiempo que tomé estatinas. En fin…
Confianza en la clase médica no tengo ninguna. En mi médico (médica) de cabecera, en cambio, toda. Hasta el punto que le he dicho que mi relación con dicha clase terminará el dia que ella se jubile. Esto se debe a que piensa que no hay «mens sana» sin «corpore sano» y actúa en conscuencia. Cuando voy al «especialsta» no hago caso de nada de lo que me dice sin su consejo. Y es que una cosa es la vocación y otra la profesión, y por encima de ambas está siempre la persona.
Afectuosos saludos.
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