
Las reivindicaciones de este [el sindicalismo] nunca van más allá del capitalismo. El fin del sindicalismo no es sustituir el sistema capitalista por otro modo de producción, sino mejorar las condiciones de vida de los obreros en el seno del mismo capitalismo. […]
Los sindicatos crecen a medida que se desarrolla el capitalismo y la gran industria, y crecen hasta convertirse en gigantescas organizaciones que comprenden a millares de afiliados extendiéndose por todo un país y con ramificaciones en cada ciudad y en cada fábrica. El sindicato nombra funcionarios (presidentes, secretarios, tesoreros) que gestionan sus asuntos y se ocupan de sus finanzas, tanto a escala local como en el plano estatal. Estos funcionarios son los dirigentes de los sindicatos; ellos son los que mantienen negociaciones con los capitalistas, tarea esta para la que se han convertido en maestros. El presidente de un sindicato es un personaje importante que trata de igual a igual con el empresario capitalista y discute con él acerca de los intereses de los trabajadores. Los funcionarios son especialistas del trabajo sindical, mientras que los obreros sindicados, absorbidos por su trabajo en las fábricas, no pueden juzgar ni dirigir por sí mismos.
Una organización así no es ya una únicamente una asamblea de obreros; constituye un cuerpo organizado que posee una política, un carácter, una mentalidad, tradiciones y funciones, que le son propias. […]
Los funcionarios sindicales no trabajan en la fábrica, no son explotados por los capitalistas, no se ven amenazados por el paro, sino que se mueven en oficinas, en puestos relativamente estables; discuten sobre problemas sindicales, toman la palabra en las asambleas de obreros y negocian con los patronos. Cierto es que estos deben estar al lado de los obreros puesto que su misión es defender sus intereses y reivindicaciones contra los capitalistas. Pero esto en su papel no es muy distinto del de un abogado de cualquier organización.
Ello no obstante, existe una diferencia, puesto que la mayor parte de los dirigentes sindicales, salidos de las filas de la clase obrera, han pasado también por la experiencia de la explotación capitalista. Y, por tanto, se consideran como parte de la clase obrera cuyo espíritu de cuerpo no va a agotarse. Pero, de todas formas, su nueva forma de vida tiende a debilitar también en ellos esa tradición ancestral. En el plano económico ya no pueden ser considerados como proletarios. Se mueven alrededor de los capitalistas, negocian con ellos los salarios y las horas de trabajo haciendo valer cada parte de sus propios intereses, rivalizando de la misma manera que dos empresas capitalistas. Los funcionarios sindicales aprenden así a conocer el punto de vista de los capitalistas tan bien como el de los trabajadores; se preocupan por los ‘intereses de la industria’ y tratan de actuar como mediadores. […]
La concentración de capitales debilita la posición de los sindicatos incluso en aquellas de la industria en que son más poderosos. Pese a su importancia, los fondos de apoyo a los huelguistas son ínfimos comparados con los recursos financieros del adversario. Una o dos cerradas de empresas bastan para agotarlos por completo. El sindicato entonces es incapaz de luchar; y lo es incluso en el caso de que el patrón decida reducir los salarios y aumentar las horas de trabajo. El sindicato no tiene entonces más remedio que aceptar las desfavorables proposiciones de la patronal y su habilidad para negociar no le sirve de nada. Es en ese momento cuando empiezan los problemas, puesto que los trabajadores quieren luchar. Estos se niegan a rendirse sin combate y saben que tienen poco que perder si se rebelan. Los dirigentes sindicales, por el contrario, mucho que perder: la potencia financiera de los sindicatos y a veces incluso su misma existencia se ve amenazada. Intentarán, pues, por todos los medios impedir que se desencadene un combate que consideran sin salida; tratarán de convencer a los trabajadores de que les interesa aceptar las condiciones del patrono. En última instancia, pues, actúan como portavoces de los capitalistas. Y la situación se hace aún más grave cuando los obreros insisten en continuar la lucha sin tener en cuenta las órdenes de los sindicatos. En ese caso la potencia sindical se vuelve contra los trabajadores. […]
El sindicalismo está ligado estrechamente al capitalismo; en los períodos de prosperidad el sindicalismo tiene más posibilidades de ver aceptadas sus reivindicaciones salariales. Pero en los períodos de crisis económicas se ve precisado a esperar a que el capitalismo recobre su expansión. […]
El sindicalismo constituye una verdadera potencia; dispone de fondos considerables y de una influencia moral cuidadosamente mantenida a través de diversas publicaciones. Esa potencia se halla concentrada en manos de los dirigentes sindicales que la utilizan cada vez que los intereses particulares de los sindicatos entran en conflicto con los de los trabajadores. Aunque haya sido construido por y para los obreros, el sindicalismo domina a los trabajadores del mismo modo que el gobierno domina al pueblo. […]
El sindicalismo no puede acabar con el capitalismo. Tal es la lección que hay que sacar de lo que antecede. Las victorias que el capitalismo consigue no aportan sino soluciones a corto plazo. […]
La impotencia del sindicalismo no tiene nada de sorprendente, porque si un grupo aislado de trabajadores puede moverse en una correlación de fuerzas justa cuando se opone a un patrono aislado, resulta impotente, en cambio, cuando tiene que hacer frente a un empresario apoyado por el conjunto de la clase capitalista. Y esto es lo que ocurre actualmente: el poder estatal, la potencia financiera del capitalismo, la opinión pública burguesa, la virulencia de la prensa capitalista coinciden y colaboran para vencer al grupo de trabajadores combativos. […]
Son los trabajadores mismos quienes tienen que cambiar. Tendrán que ampliar su concepción del mundo y mirar más allá de las paredes de la fábrica, hacia el conjunto de la sociedad. Tendrán que elevarse por encima de la mezquindad que les rodea y enfrentarse con el estado. […].
Anton Pannekoek (1936): “El sindicalismo”. Artículo publicado originalmente en 1936 en International Council Correspondence, vol. II, núm. 2, con el seudónimo de J. Harper. Extraído del libro Crítica del bolchevismo (selección de artículos de A. Pannekoek, K. Korsch y P. Mattick), 1976, Barcelona.
