Quien llama imbéciles miserables a aquellos que se dicen patriotas y exhiben con orgullo la bandera de su nación es Arthur Schopenhauer en su obra Eudemonología o el arte de ser feliz, explicado en 50 reglas para la vida (1851). Eso sí, no puedo estar más de acuerdo con sus palabras. El orgullo nacional –sigo con Schopenhauer– es el más bajo y más barato de todos. Quien lleva una existencia tan mezquina y no tiene en el mundo nada de lo que pueda enorgullecerse, se refugia en el recurso de vanagloriarse de la nación a la que pertenece, sin tener en cuenta que es por casualidad. En su gratitud estúpida está dispuesto incluso a defender a cualquier precio todos los defectos y todas las tonterías propias de su nación. Sí, son unos imbéciles miserables.
A mí, España me la suda. La polla. Me suda la polla por delante y por detrás, como dijo el gran Pepe Rubianes en 2006. “A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás. Y que se metan ya a España en el puto culo a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando en los campanarios. Que se vayan a cagar a la puta playa con la puta España, que llevo desde que nací con la puta España. [Que se] vayan a la mierda ya con el país ese y dejen de tocar los cojones”. La Fiscalía de Sant Feliu de Llobregat (Barcelona) acusó al actor y humorista de “ultrajar a España”, aunque luego archivó la causa. Luego la Audiencia emitió un auto en el que revocaba el sobreseimiento del caso, al estimar los recursos de la Fiscalía y las acusaciones particulares. Pepe –tan gran y lúcido humorista como bueno, generoso y gran amigo de sus amigos– no llegó a sentarse en el banquillo de los acusados porque falleció el 1 de marzo de 2009. Por fin, el 8 de junio de 2010 el Supremo anulaba su condena.
España me la suda, pues. Pero no por ser España. Me la sudan también el País Valenciano (o Comunitat Valenciana), Cataluña (o Catalunya), Francia (o France), Rusia (o Россия), China (o 中华人民共和国), Estados Unidos (o United States of America) o Tuvalu. Me suda la polla quien anteponga la nación a sus habitantes, se autoproclamen –o así se les considere– progresistas o conservadores, socialdemócratas o neoliberales, de izquierdas o de derechas. Simples convencionalismos, pero necesarios para reforzar el sistema y ejecutar y cumplir, todos, las órdenes de otros, los que realmente detentan el poder, a los que posiblemente este tipo de asuntos también se la sudan.
¿Qué quieren que les diga? Una bandera no es más un trozo de tela que siempre termina manchado de sangre. Yo no lucho por eso, me la suda por delante y por detrás. Las banderas y los símbolos. Eso son imbecilidades, y quienes hacen gala de su orgullo identificándose con ellos lo dicho: unos imbéciles miserables que ni comen ni dejan comer.
Pues a mi España me daba igual hasta que viví en Italia . Me duele esta polarización y odio que hay
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¿Eso significa que hay patrias buenas y malas?, es decir, ¿nacionalismos que son aceptables porque los hay peores? O al revés, tanto da.
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Noooo, qué va, yo no soy nacionalista, eso lo entiendo, pero es bonito sentirse en casa
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Ahora sí te sigo. Por tópico que suene, como en casa no se está en ningún sitio.
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Cuando te ves en el extranjero tratando de explicar tus síntomas a un médico te das cuenta de lo que aquí ni valoras, te entiendes, y eso es importante. Luego claro cada uno es libre de pensar lo que quiera, faltaría más.
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Así es.
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Es tema es demasiado, si algo es demasiado, para…
Estoy de acuerdo en lo absurdo que resulta sentir orgullo por donde naces y no, por ser humano…
Mi patria se resume en lo que veo desde lo alto de la ventana y de lo que veo, no tengo escrituras de propiedad que en realidad es lo que va conformando las patrias y…
Paro que esto no termina. Salud y saludos.
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Es, Iñaki, demasiado estúpido para que gastemos tiempo en él, ¿no te parece?
Salud y saludos.
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Totalmente de acuerdo Manuel
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¡BIen! Menos mal que hay quien no objeta nada.
Una abraçada, Xavier.
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Habría que precisar. El término España es un concepto poliédrico, con fuerte dosis de polisemia y, a menudo, una considerable carga emocional. Es conveniente matizar al hablar sobre estos conceptos. Puede ser que alguien haga un juicio de España desde una faceta de su significado y el que le escuche no esté “sintonizado” con esa faceta y puedan darse equívocos y aún más. Por ejemplo, a mi, a diferencia de Rubiales, España no me la suda, pero puede ser que él estuviese hablando sobre una cosa y yo escucho sobre otra. Si hablaba desde una óptica antinacionalista, como parece, tendríamos un punto esencial de acuerdo, pues soy antinacionalista. Pero, en mi caso (y me imagino que en el de otras personas), esa faceta no es la preponderante ni la única en mi concepto de España. Por eso, a mi España no me la suda; me la suda el nacionalismo español y el resto de nacionalismos. Por ello participo totalmente del ánimo antinacionalista de esta entrada. Y, permítaseme la broma, a la hora de valorar argumentos, entre Rubiales y Shopenhauer me quedo con éste último. 😀 Salud.
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Pues yo, entre Rubianes y Schopenhauer, no puedo ser ‘objetivo’. Al primero lo conocí; al segundo, obviamente no. De todos modos, cada uno a su manera, vienen a decir lo mismo: todo nacionalismo es una soberana estupidez.
Dices que eres antinacionalista, pero que España no te la suda.
Cuando digo que a mí sí me la suda, nada tiene que ver con el respeto y la preservación de culturas y lenguas. En absoluto. Ahora bien, ¿qué es la ‘cultura española’? Los Estados nacionales son una invención reciente, y no se puede meter todo en un mismo saco y decir que todo es español. Es una forma de nacionalismo como otra. Yo soy catalanohablante, nacido en Muro (Alicante) y residente en la ciudad de València. Ni me siento valenciano ni español. ¿Amo mi lengua materna? Sí. ¿Amo mi cultura y mis tradiciones? También. ¿Creo que son elementos que definen una nación? No.
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El tema tiene infinidad de ramificaciones y matices, por lo que es difícil resumir.
En este roalillo que es la Península Ibérica la historia ha reunido un conjunto de gentes que llevan ya interaccionando y conviviendo una buena porción de siglos. Antes de la España imperial, antes del acuñamiento del término “nación” en la teoría política, antes de la España Una Grande y Libre.
A mí me gustan estas gentes que habitan esta tierra en la que me ha tocado nacer, y en todos ellos pienso cuando pienso de España. Y, sobre todo, me gusta su diversidad porque la diversidad es fértil, enriquecedora.
A lo largo de ese tiempo, estas gentes fueron conformando y compartiendo buena parte de eso, de límites tan imprecisos, que se llama cultura.
Nuestra cultura es realmente un sumatorio o un conglomerado de elementos de la deslumbrante diversidad cultural de esta tierra. Llámese, si se desea, “cultura ibérica” mejor que cultura española. Lo importante es que esos elementos comunes han existido, existen y hay que potenciarlos, si lo que se desea es el acercamiento, el intercambio, el trabajo conjunto por mejorar las sociedades, la desaparición de fronteras artificiales, sumar y multiplicar más que restar y dividir.
En definitiva, cohesión sin que sufra la diversidad. Trabajen los políticos por favorecer el acercamiento entre las colectividades en lugar de ahondar y subrayar las diferencias.
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Una cosa es la comunidad, es decir, el conjunto de personas que comparten unos intereses, unas costumbres y tradiciones, incluso unos sentimientos, y otra la nación, una entidad jurídica y política. Toda organización social entiendo que debe construirse de abajo a arriba, no al revés.
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Así es, por eso yo primero pienso en las comunidades, en las personas, y procuro olvidarme, dentro de lo posible, de la dichosa nación. Es una horma, un corsé que no me va, aunque sé que está ahí y que tiene sus evidentísimas repercusiones. Cuando los de a pie nos relacionamos no pensamos en términos de nación. ¿Es posible olvidarse de la nación, de la polarización existente alrededor del concepto España (unos venerándola, otros desacreditándola) y relacionarse sin más? Si nos empeñamos, lo mismo no. En fin, como decía más arriba, esto tiene mucha tela que cortar.
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Disculpas por el error en la transcripción del apellido; digo Rubianes.
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Allí donde solo caben especímenes del calibre de quienes se envuelven en telas y actúan como si tuvieran las escrituras de propiedad de un territorio, se halla el vertedero de aguas fecales, tóxicas y malolientes cuyo tufo se expande y convierte en irrespirable el cielo abierto de las demarcaciones territoriales. Confieso que no me la suda España como no me la suda el planeta, porque por encima de las chorradas patrióticas de los iluminados de cupo, están los seres humanos de a pie que ni se alimentan de banderas al ajillo ni sacian su sed con peroratas e himnos, por mucho que la grey patriotera pretenda ir de casera prepotente amenazando con no renovar un imaginario contrato de alquiler a quienes no tragan/tragamos con pomporrutas imperiales. Este es el lugar donde vivo y a mí no me hace marcar un paso concreto ni dios.
Salud.
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Ni más ni menos: mi patria también es lugar donde vivo. En este caso El Cabanyal, no Valencia (de la que forma parte tras su anexión a finales del siglo XIX).
¡Salud!
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Grande, muy grande Rubianes. Yo solo lo conocí de lejos. Él vivía en el mismo barrio donde yo trabajaba, en Barcelona y ocasionalmente lo había cruzado por la calle. Ahora en el escenario era único, aunque solo puede disfrutar de sus monólogos por TV y ahora por Youtube.
El concepto patria no deja de ser un eufemismo. Yo me negué a ir a la mili (soy insumiso) porque no creo ni en patrias y, ni mucho menos, que los problemas se resuelvan a hostias (aunque ése es otro tema).
Nací en la última comarca de Valencia antes de entrar en Teruel, cosas de la historia (Jaume I y sus cobros por servicios prestados) por lo que entiendo perfectamente algunas de tus respuestas.
Salud!
Nota aparte: Schopenauer escribio la obra que mencionas en 1851.
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Yo estuve un par de veces con él, en casa de un amigo común junto a la Ronda de Dalt. Nada más. Y si en el escenario era único, fuera de él también. O más, pues no estaba actuando.
No me atreví a declararme insumiso y fui a la mili de soldado raso, pues lo de las milicias me parecía muy pijo. Un horror. Era enero de 1976. Primero estuve en Vitoria. Nunca se me olvidará el primer día, cuando a horas intempestivas (no recuerdo si las 6 o las 7 de la madrugada), que casi coincidía con el momento en que hasta entonces solía acostarme, tocaron diana. Un patio, todavía de noche, un frío que pelaba y unos carámbanos que colgaban del tejado. ¿Dónde me he metido?, pensaba. Llegó el domingo. A misa. Yo no voy, soy ateo. El sargento, o quien fuera el oficial, me nombró encargado de limpiar el enorme dormitorio común cada vez que hubiera misa. Luego, dada mi manifiesta inutilidad, me mandaron a Pamplona, al Regimiento de Cazadores de Montaña. Allí me gané el sobrenombre de Dos Caballos por ser siempre el último en llegar cuando había que subir Pirineo arriba. Y no te cuento más, pues parece que estoy escribiendo “Historias de la puta mili”. Puta fue, desde luego.
Y tanto que el concepto de patria es un eufemismo, si así figura hasta en los diccionarios con la gran cantidad de sinónimos que tiene.
En cuanto solucionar las cosas a hostias o no, siempre ha sido a hostias como se ha construido el mundo en que vivimos.
En fin, vaya rollo que te he soltado. Mis mejores deseos, Xabier.
No me había dado cuenta de la metedura de pata, con lo que me molestan estas cosas. Ya he corregido lo de la fecha. Gracias por decírmelo.
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Como dice la canción «mi patria en mis zapatos» , por lo demás no tengo nada que añadir a lo que tu dices y con lo que estoy completamente de acuerdo.
Salut i força!
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Suscribo tu mensaje plenamente. Las patrias, las naciones, y las banderas, como bien dices, tienden a provocar derramamientos de sangre, pero que no te quepa duda de que de no existir, encontraríamos también la manera de hacerlo.
Y puede que fuese peor.
Saludos
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No me cabe duda, Caito, en absoluto. De donde no hay, no se puede sacar.
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