Plegaria. El tango de la muerte.

¿Se repite la historia? Las situaciones son distintas, pero las condiciones que las han generado y sus protagonistas no, las mismas y los mismos. De ahí esa especie de déjà vu que he tenido al contemplar las imágenes de este vídeo. El vídeo recoge diversos testimonios documentales de la tragedia a que se ven abocados los refugiados que llegan, o tratan de llegar, a Europa. He procurado que sean todos de este año –algunos de ayer mismo– y lo he acompañado con la música de un tango titulado Plegaria, que compuso en 1931 Eduardo Bianco.

En 1933 el NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán), que lideraba Hitler, llegaba al poder aupado fervorosamente por millones de alemanes, nada menos que diecisiete millones les votaron (un 43,9 por cien). El tango no se resintió. Es más, a los nazis les encantaba, y como todo lo que les gustaba lo utilizaron para sus perversos fines. El paradigma de tal circunstancia es Plegaria, el “tango de la muerte”.

Su compositor, Eduardo Bianco, no era alemán, sino argentino, pero nazi como el que más. Plegaria era un tango ya conocido desde que en 1931 Bianco lo dedicase al rey Alfonso XIII. No es de extrañar. Dedicó también tangos a Benito Mussolini y frecuentó a Adolf Hitler y a otros líderes del régimen nazi. De hecho, Bianco lo tocó frente a Hitler y Goebbels en 1939. Y Plegaria inició así su funesta trayectoria. Era el tema preferido por los mandamases de los campos de exterminio para que las orquestas de presos interpretaran cuando llegaban los trenes repletos de prisioneros. Lo último que esperaban era ser recibidos con música. Nada malo nos puede suceder, pensaban. Y confiados avanzaban hacia la cámara de gas creyendo que iban a las duchas para ser desinfectados.

Dice Rafael Sánchez Ferlosio en un duro poema publicado en 1993 que “Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos; / vendrán más años ciegos / y nos harán más malos. / Vendrán más años tristes / y nos harán más fríos / y nos harán más secos / y nos harán más torvos”. Pues parece ser que han llegado, aunque seguirán llegando más. De eso no tengo la más mínima duda. Los seres humanos hemos dado suficientes muestras de que la solución de los problemas que causamos no está en nosotros; nosotros somos el problema.

Sustituyan las cámaras de gas por el mar y los campos de exterminio por los campos de refugiados y es posible que les suceda algo parecido a lo que me pasó a mí viendo las imágenes. ¿No hemos aprendido nada del pasado? No nos engañemos. Al ser humano actual el pasado le importa un bledo, el futuro le trae sin cuidado y del presente solo preocupa, y se ocupa, de aquello que le afecta directamente, muy directamente.

Hay, sin embargo, una diferencia sustancial entre el momento actual y el genocidio nazi. Los alemanes que habían aupado a Hitler al poder podían alegar –aunque no fuese así en la gran mayoría de los casos– que nada sabían de lo que estaba sucediendo en aquellos campos con aquella pobre gente, que cómo iban a imaginar que barbaridades como esa pudieran siquiera tener lugar, que nada sabían. Hoy no. Hoy lo sabemos, hay testimonios de sobra, lo vemos todos los días, en internet, en la prensa, en televisión… ¿Y…? Y nada. Se nos llena como mucho la boca hablando de humanidad, pero a la hora de la verdad miramos hacia otro lado. Sí, cada día somos más torvos.

Todo esto me lleva a pensar que lo peor está aún por llegar. O tal vez lo mejor. Nunca se sabe. Según cómo se mire.

14 pensamientos en “Plegaria. El tango de la muerte.

  1. De verdad, qué mundo más feo. Cuando hay imágenes sobran las palabras, si hay un mínimo de sensibilidad y conciencia (y no lo digo porque sobren tus palabras; por favor, me encantan). Es doloroso. No me extiendo porque no puedo y porque ya se sabe que sobre la palabra escrita planean las interpretaciones. Solo una cosa. En una película recreando la vida de Emily Dickinson (Historia de una pasión), no recuerdo muy bien, pero creo que el personaje de ella le pregunta a su hermana algo así como: «¿En qué momento se ha vuelto el mundo tan feo?» Saludos 🙂

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  2. Manuel, hoy por hoy estoy de vacaciones en Varsovia, asombrandome un situ de la espantosa hecatombe que causaron los nazis en esta ciudad y a su pueblo. Quiero empaparme bien de todo y quiero llegar a entender el porqué. Y se que han pasado 80 años, pero se debe de entender. Y no, no estoy de acuerdo en que el pueblo alemán no sabía de qué iba todo el asunto del genocidio. Ni lo creía y hoy por hoy menos. Tengo ganas de escribir la impotencia que he sentido. Aún me quedan 15 días y he de ir a Cracovia e ir al campo de concentración innombrable. Ya os contaré… y gracias por el artículo, me ha venido al pelo.

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    • Cuando los estadounidenses entraron en Berlín recién finalizada la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo pegaron carteles con fotografías que las tropas norteamericanas habían tomado al liberar el campo de concentración de Dachau en las que se veían montones de cadáveres esqueléticos apilados. Las imágenes eran de lo más explícitas y bajo ellas, en gruesos caracteres, figuraba impresa la pregunta ¿Quién es el culpable? Al lado, otro cartel respondía: ¡Esta ciudad es culpable! ¡Vosotros sois culpables!
      Mi hijo hizo un viaje parecido al tuyo y, claro, visitó Auschwitz. Le gusta mucho la fotografía y yo le pedí que hiciera fotos. Cuando regresó, me explicó que se sentía tan sobrecogido que fue incapaz de pasar de cuatro o cinco. Te adjunto el enlace de la entrada que publiqué con motivo de los 70 años de su liberación en el que incluí un par suyas.
      Un abrazo.

      Auschwitz. 70 años de su liberación

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  3. Ese es el gran problema, compañero: el miedo. Miedo me da a mí ese miedo que anula voluntades. Creo que el pobre debería dejar el miedo a un lado. A él no le pueden ir peor las cosas. ¿Y si pegase al otro un par d hostias por tonto?

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  4. Manuel. Cada dia converso con los Venezolanos que huyen a la debacle de su tiempo, las gentes negras del mar Pacífico Colombiano que despazaron las bandas que supervisan los cultivos de coca y la minería ilegal, por encima de gobiernos y acuerdos internacionales, existen grupos de poder que mueven capitales ilegales y costean campañas y corrupción y su dinero compra conciencias y sus armas el miedo que les abre espacios. Los negros del Paciífico se refugian en su música y sus entradas me conmueven con estas realidades.

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